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Mostrando entradas de 2011

Dustin

El profesor les mandó quitarse las zapatillas para poder andar por las colchonetas y dar volteretas. Todos se aplicaron rápidamente y las dejaron sin orden ni concierto conforme se las iban quitando. Dustin las dejó con sumo cuidado apoyadas sobre el ra-diador, casi verticales. La clase se les hizo corta y que se volvieran a calzar fue un tor-mento. Como tenían ducha la mayoría decidió llevarlas en la mano. Dustin se empeñó en calzárselas sin soltar los cordones. El profesor decidió echarle una mano intentando desenredar el nudo de la zapatilla que aun no había conseguido ponerse. Dustin se la quitó de un manotazo y un preservativo sin funda cayó al suelo. Se cruzaron las miradas. La de interrogación del profesor y la de sorpresa mentirosa del alumno. ¬No es mío. Es de mi hermana. Se lo he quitado. -Bueno, vale. Perdona, sólo quería soltar el nudo. Metió el condón en la zapatilla y se la calzó. Cuando el profesor me comentaba lo sucedido, se reía porque no encontraba e...

CLASES DE MORAL

    La religión es un tipo de moral, lo que significa que hay otras que no son religiosas, entre las que se encuentran las ateas, las agnósticas, e incluso, las que creyendo en dios o en dioses no son religiosas. Pero, también entre las morales religiosas se da una pluralidad, pues está la católica, la protestante, la mahometana, la judía y un largo etcétera más.         Vistas así las cosas, parece pretencioso querer arrogarse la exclusividad moral, como se deja entrever en tantas declaraciones de los representantes de la iglesia católica. Sin embargo, lo que sí parece exigible a cualquier moral es que exista un acuerdo entre lo que se dice y lo que se hace, es decir, entre los principios morales que afirma defender y los comportamientos de las personas que libremente se identifican con dicha moral. La realidad, por el contrario, muestra cómo algunos católicos son un ejemplo de la diferencia entre el dicho y el hecho. Efectivamente, mientr...

Los digitales no hacen tic-tac. Menos mal.

    Salgo de casa a las diez y veinte, según el reloj de mi muñeca y a las diez y veintiuno según el reloj del horno. El del salón no lo he mirado porque no he pasado por delante de él. A unos cien metros de mi casa hay un panel electrónico publicitario que indica, en intervalos muy breves, la temperatura y la hora. Marca veinte grados y las diez y veinte. Antes de llegar a fijarme en la hora he permanecido sesenta y ocho segundos parado en el semáforo. Sin darme cuenta me he metido en la máquina del tiempo y a punto de encontrarme en pelotas en medio de la calle. En un cruce con semáforos, a unos ochocientos metros de mi casa, hay otro panel que marca veintitrés grados y las diez y veinticinco. Estoy a punto de ser medalla de oro en las olimpiadas domésticas. Digo domésticas porque voy a la compra diaria con la bolsa que me regaló mi amigo Luis. A unos pocos pasos la cruz de una farmacia, que aumenta y disminuye con un neón de tonalidades verdes, me indica en su inter...

Un icono rayante

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La comunicación visual se cristaliza en símbolos que se llegan a convertir en iconos más o menos sacralizados por unos, ignorados y hasta odiados por otros, pero que el tiempo se encarga de pulir e integrarlos en el entorno perdiendo parte de su razón de ser. De ahí que de vez en cuando se monten campañas publicitarias para recordarnos que el icono tiene un significado y que la empresa comercial, el partido, país, estado o equipo que lo defiende sigue vivo y con ganas de pelear contra sus rivales. Si no hay enemigo real o imaginario no hay campaña ni gasto alguno. Machaconamente, las minorías dirigentes nos obligan a comprar, a reafirmarnos en tal o cual credo y a renegar del resto. Su objetivo es ponerse de moda, de hacer que sea un peligro estar fuera de la mayoría porque, o no te identificas y te tienes que encerrar, o te da igual y vas a tu bola, o reivindicas la diferencia y te arriesgas, como poco, a ser tratado de radical y burro. Todas las campañas publicitarias se hacen al...

Un móvil para vivir

¿Hemos perdido el móvil o se ha ido? Como su nombre indica no puede estar quieto. Puede que se haya largado a Lima por su cuenta en alguna de nuestras mochilas. También puede estar en Hondarribia, relamiéndose de la magnífica paella que nos metimos entre pecho y espalda. Ninguna posibilidad de que el mar le haya llamado para completar sus fondos de materiales no degradables porque no nos asomamos al infinito. Visto lo visto, adoptamos uno, del mismo apellido, en el duty free del aeropuerto de Orly por el módico precio de cuarenta euros. Le pusimos la tarjeta de pago que compramos en su día para viajar y volvimos, eso creíamos, a estar enredados en la maraña telefónica del universo, ¡qué tranquilidad! El castellano no es un idioma que cuente en el mundo francés de Nokia y el celular digería los menús de Rousseau, de Shakespeare, de Saramago y de algún otro de menor rango. Llamamos, por probar, al ausente. Nada. Ante la duda de si era algo de incompatibilidades técnicas, de idioma, de p...

Mi madre

La tarde está agonizando en silencio. Es hora de cenar, el día ha sido muy ajetreado y un momento de juego es el paraíso “Mambrú se fue a la guerra…” canta la niña. Ha dibujado en la tierra, con un palo, el infierno, el cielo y sus casillas. “Mire usted que pena…” suena en su cabeza. Empuja la china con el pie. Salta, gira y cae en el cielo,   mientras un alud de sombras rompe el silencio. El monte se rasga, tiembla el aire, borbotea la tierra. El perro, que dormitaba a su lado, se pone alerta. En un suspiro coge la pulida piedra y   corre con un grito atado a la garganta. En la cocina le esperan. “Baja gente del monte”. Corren a las habitaciones del sur. No se ve nada, pero en tiempo de guerra todos los sentidos son necesarios para sobrevivir. “Cierra todas las puertas. La de abajo, la de arriba, la del pajar”. Voces graves atemorizan en la noche. No se puede salir de casa. El sueño, temeroso, no acude y tiembla bajo las sábanas. Al amanecer los mayores son llamados...

Y Orly III

Además de pasar por el arco detector de metales, nos cachean. A Gema, una mujer uniformada le pasa un detector de mano y le hace vaciar el bolso; a Zarra le hacen lo mismo pero con la bolsa de la cámara y sus muchos complementos fotográficos. A los cinco miembros una familia árabe los conducen a un apartado. El padre, muestra su queja con aspavientos ante un gendarme impasible que tiene los brazos cruzados y las piernas abiertas. Hay un exceso de celo por parte del personal de seguridad. Los andares marciales, su arrogancia y la ausencia de maletas de mano o bolsos delatan a los policías de paisano que se pasean entre los que esperamos pacientemente la salida del avión a Lima. Nosotros, Gema, Zarra, Sara y yo, somos los últimos en subir; ellos se quedan en la sala de espera. Se abre la puerta de embarque. Un amplio número de sonrientes azafatas saludan amablemente e invitan a pasar. Un fotógrafo con más de una cámara al cuello dispara sin compasión a los pasajeros que esperan en ...

Orly II

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La foto me salió borrosa porque la saqué sin flash para no molestar a las monjas. A parte de las dos, había otras hermanas en la fe reposando en el aeropuerto. No vi ningún cura (no sé por qué se les llama padres a los sacerdotes y no hermanos). Posiblemente los padres duerman en una cama eclesial de su confesión. Las hermanas, teniendo conventos de su comunidad en París, duermen en los bancos del aeropuerto. Cuando Orly despertó y todo el mundo estaba calzado, algunos sacerdotes paseaban elegantes como auténticos ejecutivos de almas. Creo que las monjas son, como muchas mujeres, de otra pasta. Me acuerdo de las monjas que limpiaron la mesa, perdón: el altar del Templo Expiatorio de la Sagrada Familia cuando fue consagrado y declarado Basílica Menor el siete de noviembre de 2010 por Benedicto XVI.

Orly I

El enorme tablón ovalado, como un ojo ciclópeo, de “Départs-Departures” crotorea cuando cambian las líneas amarillas de su iris grisáceo. Soldados con uniforme de camuflaje patrullan de tres en tres. Sujetan firmemente sus metralletas y miran atentamente hacia todos los lados. El del centro lleva galones y debajo de la boina le sale un pinganillo que le presiona la mejilla. Enfrente de mí hay un negro, vestido de negro, con un sombrero negro, gafas de sol negras y un maletín negro. Una muchacha llora desconsolada mientras habla por teléfono. Está sentada y mueve compulsivamente las piernas como si telegrafiara su dolor. Me da pena y tengo que dejar de mirarle porque puedo terminar como ella. 

Mensajeras

Ángel, así, en singular, es masculino. Solo, con José o con Juan se lo encasquetan a futuros querubines de pelo en pecho y espuma de afeitar. Ángela no tiene una representación histórica y plástica por estos lares. La Channing o la Merkel no parece que inviten a que prolifere y tampoco la Molina ha tenido seguidoras. Igual Angelina tiene más predicamento por la Jolie. Ángeles, en florido plural, es femenino. El acompañamiento de María las convierte en Angelines (ángeles pequeñines). Luego, visto lo visto, los ángeles tienen sexo, son niñas. El Ángel de la Guarda, el Exterminador, el Caído y otros solitarios pagan caro su bautismo y están condenados a una penosa masculinidad solitaria a no ser que se junten y pasen a ser una colegiala celestial. Bueno, tampoco hace falta que se forme un trío. Se juntan una pareja y ya la han liado. Un angélico saluda a otro que va por la acera de enfrente y a nada que pasen a darse un abrazo la confusión sexual cae sobre ellos pasando a ser Ángeles. P...