Caminos de selva
Todos podemos definir, más o menos, un Pick-up todoterreno. Es como una camioneta con la parte de atrás descubierta para mercancías y con ruedas de tacos para andar por el campo. Pues muy bien, eso pensaba yo, pero los que circulan por los caminos de Perú son distintos. Vimos muchos y eran iguales a los dos que cogimos. El primero nos llevó de La Merced a Puerto Bermúdez y el segundo de Puerto Bermúdez a Repartidor (una especie de pueblo venta situado en la carretera que une Pucalpa y Tingo María).
La versión Toyoperú autentica es una versión de un número indefinido de manos, pero muy apta para las carreteras de tierra pisada, trochas carrozables, que hay en la selva peruana. El espacio para mercancías se llena de pasajeros que se sujetan como pueden y la cabina se llena de pasajeros que se sientan como pueden. Los bultos se colocan sobre el techo, se cubren con toldos de plástico azul, como los que hay aquí. Y si llueve se cubre la parte trasera con otro toldo de plástico azul.
La alineación en la cabina suele ser tres adelante, incluido el chofer, y tres o más atrás. El puesto más incómodo suele ser el del delantero centro porque te peleas entre la palanca de cambios y una tabla supletoria y móvil que se coloca entre los asientos del piloto y del copiloto. Al final, en cualquier puesto que te sientes terminas con la raya del culo borrada porque el acolchado perdió su confort después del segundo comprador.
Las ruedas de los toyoperú que cogimos son como una morcilla negra que va tomando un color terroso conforme avanza por las trochas rodadas. Bien es cierto que los conductores suplen con pericia las carencias de los cacharros, por mucho que pongan en sus vehículos letreros como “Dios nos guía”. Por cierto, le dije a uno que era mejor que condujese él en lugar de Dios y se me quedó mirando con mala cara. Le señalé el letrero para aclararle mi afirmación y no me tomase por tonto. Miró el letrero, se volvió y me dijo mosqueado: es verdad. Conforme circulábamos también llegué a pensar que un ser superior conducía o que los chóferes eran divinos.
De La Merced a Puerto Bermúdez puede haber unos ciento cincuenta kilómetros y nos costó siete horas. Subes puertos, pasas por senderos imposibles, badeas ríos y siempre tienes a los lados un muro de vegetación. Después de unos kilómetros, en medio de una naturaleza crispada, tropezamos con un campamento de maderas y plásticos construido por un grupo de obreros que llevaban en huelga un mes por los bajos salarios e impagos de los empresarios que se quedaron con la concesión de la mejora de la trocha carrozable hasta Puerto Bermudez. Sus cuerpos estaban cubiertos de la dignidad ocre de la tierra que trabajaban. Tomé conciencia de los privilegiado que soy.
Al toyoperú se le metió una piedra entre la llanta y la goma de una rueda y tuvimos que parar en un pueblecito para arreglarla. Las parabólicas sobresalían de los tejados de maderas y chapas. Al toyoperú que nos llevó de Puerto Bermúdez a Repartidor también se le jodio la rueda, la misma avería. Eso nos mosqueó porque nos lo dijo cuando llegamos a un pueblo. Era mucha casualidad. El se marchó con el toyoperú a un taller, las mochilas iban sujetas al techo, y nos quedamos desayunando en un bar. Como tardaba nos entró el acojono de ser primaveras y nos fuimos a buscarlo por el pueblo. Fuimos mal pensados porque era verdad que estaba en un taller.
En las siete horas del primer viaje, y las otras tantas del segundo, nos cruzamos con camiones de varios ejes, motocarros, motos, coches y bicicletas. No sé como no nos chocamos. Los dioses de la selva conducen de puta madre.
En las siete horas del primer viaje, y las otras tantas del segundo, nos cruzamos con camiones de varios ejes, motocarros, motos, coches y bicicletas. No sé como no nos chocamos. Los dioses de la selva conducen de puta madre.
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