A tu merced

   Salimos de Lima a eso de las ocho y media y llegamos a la Merced a las seis de la tarde, más o menos. Se agradece una carretera asfaltada, y más, cuando es como una cuerda en un bolsillo entre montañas interminables y escarpadas.

Uno que se deja llevar por el amor y la amistad acepta las propuestas de la mayoría.

-Venga, vamos en el piso de arriba y así vemos todo.

-Vale. Venga. A ver si vemos a los dioses incas.

   Borro lo de “como una cuerda en un bolsillo” y lo sustituyo por “los intestinos del mismísimo Lucifer”. Desde el segundo piso no se ve la carretera que pueda quedar a los lados y sí la que tienes enfrente y dejas de tener cuando llegas a una jodida curva. Me pegué casi todo el viaje sentado en el asiento del pasillo, el de la ventanilla me pone cardíaco, pero en la segunda fila del gran mirador del diablo que es la luna delantera del bus Junín. Sufrí como un caballero hasta que decidí cambiar mi asiento por otro más hacia el centro, hacia “mejor no ver nada y si pasa algo que no lo vea venir”. A partir de ese momento sufrí como un escudero idiota. ¿Cuándo decidí cambiarme? Cuando dejé de ver la carretera porque el colectivo giró a la derecha y nos quedamos asomados al abismo. Instantes después divisé, a mi derecha, un puente metálico rojo que nos unía a la montaña que teníamos en frente. Seguimos, y nada más dejar el puente a nuestra izquierda se paró porque se acababa la carretera. Siguieron unos minutos interminables en el que el chofer tiró adelante y atrás un montón de veces hasta dejarlo mirando al puente. En ese momento me acojoné y decidí cambiarme de sitio. Esperamos a que pasase un camión y cruzamos.

   El viaje es una montaña rusa (no sé por qué se le llama rusa. Lo correcto sería llamarle peruana) que llega hasta los 4.818 metros en Ticlio, punto ferroviario más alto del mundo y donde la nieve y la niebla te hacen pensar en la nada. De vez en cuando se abre un claro y puedes divisar montones de materiales de desecho, aguas negras embalsadas y, en medio de un barrizal oscuro, barracones de chapa. “Son yacimientos mineros, de plata” según unas señoras muy simpáticas que viajan con nosotros. Las mismas trataron de tranquilizarme en más de una ocasión. “No se preocupe por las rocas que hay en el camino. Cayeron hace tiempo, cuando llovió sin parar”. “Las peligrosas son las que no se ven en el suelo y pueden caer”. “Ahorita todo va bien”.

   Durante el viaje tuvimos que soportar a un señor, al parecer un alto cargo, que no paraba de hablar por el celular. Dirigía un programa del gobierno para dar leche a madres lactantes, niños y ancianitos de pocas posibilidades económicas. La gente no le prestaba mucha atención y en algún momento le hacían cuchufletas y burlas a sus espaldas. El caso es que daba a su interlocutor, y a todo el autobús, todo tipo de explicaciones. El presupuesto, los colectivos que podían participar, todo los habido y por haber. Como la persona con la que dialogaba no parecía estar muy puesta, igual es que se cortaba la comunicación, le repetía las cosas varias veces. Tanto era así que algunos coreábamos los datos. Las vecinas me dijeron que igual no hablaba con nadie y que lo que estaba haciendo era propaganda a voz en grito. Según ellas, era imposible que al otro lado de la línea hubiese una persona tan tonta.

Decidí escuchar a Javier Krahe en mi mp3.

Comentarios

  1. La verdad, laguna, lo tuyo es amor y lo demás cuento. Si después de todo eso no has perdido la afición por viajar, mi admiración hacia tu persona va a llegar a niveles nunca vistos.

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