Infiltrados
Pablo se bajó del coche despacio y haciendo un gran esfuerzo para ponerse en pie. Cogió la bolsa de deportes que llevaba en el maletero, llamó al ascensor y mientras llegaba se dedicó a hacer suaves ejercicios de respiración para calmarse, como le enseñaron en el curso de autocontrol “La efectividad de la fuerza”. Se miró en los espejos del ascensor y ensayó diferentes sonrisas. Abrió la puerta de casa sin hacer ruido y se fue hasta el baño sin encender la luz .
-Pablito. ¿Eres tú? –preguntó Lola desde la cama.
-Sí. No grites. Me voy a dar una ducha.
-Ya he visto por la tele. Les habéis dao una buena. Me siento como si fueses un futbolista o un torero. A Carmen, la de Paco, le ha pasao lo mismo. Estábamos hablando por teléfono y me dice: “Mira, mira en la tele. Ese que corre es mi Paco”. Yo no me lo creo porque con el uniforme ese y el casco todos sois iguales. Bueno, la verdad es que Paco es tan alto y tan fuerte que igual... A mí, Pablito, el uniforme, la porra y esas botas, ¡uf!, me ponen. Mira, el casco no me calienta–dijo Lola mientras se levantaba de la cama, se arreglaba el pelo y daba los últimos toques a la lencería que se compró para las grandes ocasiones.
Lola Mentas Mas se chifló de Pablo Pérez Oso cuando iban a la escuela. Ya desde parvulitos tenía claro que Pablito iba a ser su marido, el hijo del sargento de la Guardia Civil. No fue un flechazo, fue un pelotazo de goma que la dejó lela (así le llamaban sus compañeras de clase: Lela). Su vida, hasta conseguir que Pablito diera el sí delante del cura castrense, de la Virgen del Pilar y de todos los uniforme, fue un ir y venir por academias, de paseos por el patio de la casa cuartel y de menú televisivo de desayuno, almuerzo, comida, merienda y cena. Después siguió haciendo lo mismo pero a costa de su marido.
Pablito, para sus compañeros del curso “Infiltrarse en grupos antisistema, nivel P2”: Tran. Los alistados en el curso no debían saber el nombre y apellidos de los demás por medidas de seguridad. El apodo se le ocurrió al capitán Porriño como abreviatura de tranquilo. Pablito para su mujer y Tran para sus compinches en la lucha social, pasó las pruebas físicas para policía por los pelos y los tests por los galones de su padre, de su abuelo y hasta de su tatarabuelo. Fue precisamente su aspecto y su buen conformar los que le hicieron merecedor de un montón de cursillos internos y externos que le venían que ni pintados porque nadie en su sano juicio podía pensar que era poli. Poco a poco fue haciéndose un currículo decente a la vez que estúpido. Para sus jefes todo el mundo era sospechoso de atentar contra la patria y con el objetivo de que espiase le apuntaban en curso externos de percusión, danza, malabares y hasta uno de bolillos para controlar a unas abuelas que se vestían con cueros y fumaban porros. Al principio, Lola enmarcaba los diplomas y los colgaba por las paredes de la casa para que los invitados viesen lo competente que era su marido; pero llegó un momento que no quedaba un palmo de pared libre y lo que hacia era actualizar la exposición. Quitaba los viejos o de aspecto pobre y los sustituía por los nuevos.
-Lola. No levantes la voz que los vecinos escuchan. Estoy que no puedo ni con mi alma –dijo Pablo cuando entró en la habitación.
Lola, al verlo en pijama y un tanto alicaído, se quedó pasmada.
-¡Ya! Pero es que no puedo. De verdad… No me menciones las pelotas.
-Ya no te gusto. Carmen se ha puesto como yo y seguro que Paco estará cumpliendo como lo que es: como un gladiador.
-No me jodas. Si te digo que estoy molido es que estoy molido –dijo Pablito. Y se quitó el pijama dejando a la vista sus carnes magulladas.
-Dios mío, mi Pablito. ¿Qué te ha pasao? ¿No llevabas protección? ¿Te han acorralao? ¿Dónde estaban tus compañeros?
-No me hables de mis compañeros. He hecho todo lo que me dijeron. Preparamos las banderas rojas para que nos vieran…
-¿Qué?
-Sí. Llevamos las banderas sólo rojas porque si les ponemos una hoz y un martillo igual se nos juntan los comunistas y la liamos. Quedamos en solo rojas y con palos bien largos. También quedamos que íbamos a ir con pasamontañas y sudaderas grises con capuchas, y nada. ¡Joder! Son unos cabrones de la hostia. La madre que los parió. El hijo puta de Paco me ha dao hasta hartar. Será cabrón.
-¿Qué me estás diciendo, que te han pegao tus compañeros?
-Sí, joder. ¿Para qué te crees que hice el cursillo de infiltrados PDT? Pues nos han llamao a todos. Va y nos dice Porriño: “Ha llegado el día. Vais a poner en práctica todo lo que os hemos enseñado. Tenéis que hacerlo de puta madre. Los materiales y la ropa están en dos camionetas blancas aparcadas en el parquin de Plaza de Las Cortes. Con dos cojones, que se lo crean”. Y vaya que lo hicimos bien. Lo hicimos de tres pares porque se lo creyeron. Lo que no entiendo es que no les avisasen.
-¿Cómo les van a avisar, Pablito? Vuestra actuación tiene que ser secreta. Si lo dicen a los mil trescientos, alguno se puede ir de la lengua y se os puede caer el pelo. La culpa la tenéis vosotros por no correr.
-Lo que faltaba. Es que no nos han dao lugar. Han ido como locos. En la primera, la de las banderitas, me han pegao porque no he podido escapar, estábamos en primera fila; en la segunda, cuando me ha dao Paco, he ido a detener a uno que estaba en el suelo y me han dao hasta patadas porque creían que iba a socorrerle; y en la tercera, como ya estaba hasta los cojones, no he puesto resistencia y me han arrastrao hasta una furgona. Si no lo hago no salgo vivo porque ya no podía ni con mi alma. Porriño se acercó a la camioneta, me llevó a un aparte y me felicitó por mi papel. “De puta madre, Tran. Parecías un hijo puta de perroflauta. Muy real. Vales para actor. Luego pasas por enfermería y que te atienda el Pincha. No puedes ir al hospital porque si te registran como civil dejamos pistas y si los comunistas investigan la cagamos. Tómate mañana el día libre”.
-No te habrá conocido nadie, tranquilo. ¿Y cómo te han pegado en la cara? ¿No llevabas pasamontañas?
- Lo de la cara ha sido por el pasamontañas, que me venía grande. Se me ha movido, no veía nada y me he dao un golpe contra un árbol de mierda. A ver cómo digo yo que me he hecho esto ¿eh?
-Pues, muy fácil. Que te diste contra el marco de la puerta cuando te levantaste a la noche para ir al baño. Después de hacer el amor por cuarta vez, ¿no? –le dijo al oído.
-Calla y no me jodas. Menos mal que mañana libramos todos los del cursillo. A que mañana no pegan ni una hostia. Ya verás. Creo que nos han utilizao. Teníamos que haberlo hecho mal, que no nos diesen ni una hostia, para así volver mañana y cobrar otra dieta. Pero no hemos quedao ni uno sano. Esto no se lo digas a nadie. Nos lo llevaremos a la tumba. La mitad de las hostias de todo el día nos las hemos llevao los veinticinco del cursillo. Si llegamos a pasar por el hospital las cifras se disparan.
-¿Vamos a cobrar otra dieta? ¿De cuanto?
-De ciento treinta.
-¡Toma! Me van a venir de perillas para comprarme unas tonterías que he visto. Si mañana hay manifestación me iré con Carmen a protestar y luego de compras.
-No te pierdas una. Haces bien en protestar, que esto está muy jodido. Es bueno que la gente se entere de lo mal que lo estamos pasando. Apaga la luz.
-Ya está. Mi héroe.
-No me toques ahí.
-Bueno, vale.
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