Templos sin temple
A las cinco de la mañana acudimos al binthabat. Los monjes, de todas las edades, recorren descalzos y en hilera las calles de la ciudad pidiendo. La gente extiende en el suelo unas esterillas, coloca los presentes que van a entregar a los monjes y se sienta o arrodilla en un acto de recogimiento y oración. Los monjes se detienen para que los donantes metan en su vasija petitoria arroz glutinoso, frutas o dinero. Todo transcurre en silencio y es sobrecogedor aunque el encanto dura poco porque los fotógrafos lo rompen con el sonido de sus máquinas. Todos los días repiten el mismo ceremonial. Despues del binthabat nos fuimos a desayunar, como si hubiésemos ido al encierro. Mientras desayunábamos, a una velocidad de vértigo, en las calles por las que reinaba el silencio monacal montaron un extenso mercado de carne, pescado, verduras, frutas, legumbres y dulces, muy ordenado. Los puestos ofrecían su mercancía apoyada en cartones, tablas o mesas muy bajas. Algunos ...