Yangón II






 Pasear por Yangón es divertido siempre y cuando vayas pertrechado de un buen calzado, una botella de agua y mires al suelo mientras caminas. En muchas ocasiones es mejor hacerlo por la carretera que por la acera. No encuentras un metro libre de obstáculos y con firme liso. Las canaletas están cubiertas por unas losas que normalmente faltan, están rotas o simplemente no existieron. La calzada, sin embargo, está mejor conservada.
A lo anterior le tienes que añadir que la acera es el lugar donde se instalan los puestos de venta de todo lo imaginable. Unidos unos a otros, dejan un pasillo estrecho para una sola persona. Además, como llueve o cae el sol a plomo, muchos de ellos están cubiertos por sombrillas o plásticos sujetos con cuerdas. Cuando diluvia, lo hace todos los días, no necesitas paraguas porque puedes ir salvándote de la mojada caminando entre puestos de comida, aperos para el campo, perolas, hornos de barro o metal, paraguas, ropa, móviles, bisutería budista y todo lo imaginable. Si vas con paraguas corres el peligro de atascarte o chocar con alguien. Eso de subir y bajar el paraguas según te cruces con otros, olvídate. Lo bueno de Myanmar y otros pises de su entorno es que la gente no tiene prisa y camina despacio. 

En una de esas, esperando al resto, se habían quedado mirando los puestos, me eché para atrás para dejar paso a un muchacho que venía con una caja llena de frutas. Pisé en un pequeño agujero y casi tiro una mesa telefónica que estaba a mis espaldas. (No hay cabinas. Hay unas mesas de playa con un teléfono de sobremesa del año que reinó Carolo. Si sigues el cable ves que cae de alguna rama o farola hasta que se pierde por el techo de alguna tienda cercana o se mete por la ventana de algún piso. El que quiere llamar habla con el telefonista, éste marca el número, le cuenta el tiempo y luego le pide la pasta). El dueño de la terminal telefónica me puso mala cara y me aconsejó, señalándose los ojos, que mirase. Le pedí disculpas y al girarme le di un codazo a una señora que caminaba por el único sitio posible. Casi la tiro. Decidí pasarme a la calzada para no molestar. Me sentí como un elefante en una cacharrería.
Otros cacharros que se comen la acera en zonas importantes por la existencia de hoteles o comercio caro son los generadores de electricidad a gasoil. Los hay de distintos tamaños. La luz se va con mucha frecuencia y cuando se produce “la ausencia de fluido eléctrico” (que diría aquél profe gili del Ximénez de Rada), ponen en marcha el generador. Deben estar muy cotizados porque la mayoría están protegidos por estructuras metálicas con candado. En todos los países asiáticos y de América Latina el candado es uno de los objetos con más presencia en la vida diaria. Yo creo que la gente lleva un candado como quien lleva un pañuelo. Si no tienes un candado no eres nadie porque no tienes nada que guardar. Quien dice un candado, dice las llaves del mismo.
Por esos espacios entre acerera, carretera, aparcamiento temporal, tierra de hinque o gua proliferan los restaurantes tipo agachao. Ellos y ellas no tienen ningún problema porque la postura de sentarse en cuclillas, la tienen integrada; es más, estando de pie yo creo que se cansan mucho y a la menor se agachan. El cocinero cocina  a ras de suelo en unos fuegos alimentados por carbón o leña que vienen a ser como un pozal de metal, con una ventana a media altura para meter el carbón y atizar el fuego y en la parte superior una parrilla  para colocar lo que van a cocinar. Los más sofisticados tienen, ¿cómo te diría?, sí, mira: como el asa del pozal, pero en lugar de ser de media circunferencia, recta, como un cuadrado; le ponen  una presa de metal para que se mantenga vertical y cuelgan lo que ya han cocinado. Así se mantiene caliente. Para que no se ahúme suelen abanicar el espacio con un cartón. Lo que va a cocinar está en el suelo, sobre cartones o plásticos. Los comensales, para condimentar su ración, pueden coger la cantidad que deseen de las distintas salsas que están por allá. Puedes sentarte en el suelo o en unas sillas de plástico muy bajas y colocar los platos en una mesa más baja que las sillas. El cocinero, que está a un lado de la mesa, cocina y atiende a la clientela al mismo tiempo. Me recordaban los juegos de comidicas cuando éramos pequeños
Al anochecer desaparece todo. Las calles no están iluminadas y las únicas luces que rompen la oscuridad son las de algunas fluorescentes que cuelgan de los sitios más inverosímiles. Entonces, como el paisaje es muy difícil de reconocer, tienes que sacar la linterna y guiarte como puedas. Afortunadamente las calles están numeradas y las gentes que van por ellas son amables hasta decir basta.


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