De madrugada por Monywa





Nos presentamos en la estación de autobuses dos horas antes de lo debido. Pensamos que salía a eso de las ocho, pero como ya han hecho un puente sobre el río, el bus para Bagan puede salir a las diez porque tarda bastante menos que antes. Con tanto tiempo por delante decidimos matarlo dando un paseo por el mercado y sus alrededores. La calle, de suelo irregular, está llena de puestos que ofrecen productos de la región como frutas, verduras, carne y pescado. Se podría decir que es todo fresco, salvo los embutidos o encurtidos, rodeados de moscas, que hay en algunos puestos. El mercadillo no es muy grande y se puede cruzar de una acera a la otra o pararse en medio de la calle a charlar sin tener que estar al tanto de coches o motos, así como de tropezar con puestos de venta colocados en el suelo. Recuerdo que en el abigarrado mercado de Yangón había puestos en el asfalto, en mitad de la calle, muy bien alineados, que te obligaban a caminar mirando al suelo para no pisar las mercancías.  También tenías que prestar atención al tráfico de tuktuks o camioneta para no ser atropellado y poder meterte entre algún puesto para que pudiesen pasar despacio y muy ajustados para no aplastar los productos colocados en la calzada. Las mujeres que regentaban los puestos, cuando tenían el vehículo encima se apartaban para que pasase y una vez que los tastarros  depositaban sobre la mercancía el incienso de sus tubos de escape, el agua bendita y el óleo de sus motores, mientras tocaban la bocina o jaleaban a la gente para que se apartase, las tenderas volvían a lo suyo en cuanto se quedaban al descubierto los manjares.
Al finalizar el paseo comercial tropezamos con un colegio público (Basic Education High School según reza el letrero colocado en la tapia) al que acuden chavales y chavales de todas las edades. Llevan todos, chicos, chicas y profesorado, uniforme de camisa blanca y falda verde. Algunos llegan en bicicleta y a unos metros de la puerta, en la que hay un buen número de profesores, profesoras y policías, se bajan y entran al patio empujando la bici. Un profesor ordena, a unos muchachos, subir a los laterales de la puerta para colocar las banderas oficiales. Dos trepan por el muro y van colocándolas con rapidez. Primero las seis de un lado y luego las seis del otro.
Me acerco a uno de los profesores para preguntarle sobre el colegio y un policía se interpone con firmeza. Le digo que soy profesor y que sólo quiero hablar, que no voy a sacar fotos, que quiero cambiar impresiones; pero no hay manera. Con cara de no entender nada y con mala leche me ordena que me aleje de la puerta. Me separo unos metros y, por los gestos, formas de andar, de hablar y de dirigirse al alumnado, creo que los profesores son tan militares como los propios militares. El profesor más alto, que tiene las manos atrás y el cuerpo en tensión, se gira y deja ver una estaca plana sujeta a la longyi, pegada a la columna, que le llega al cuello.  Un muchacho pequeño entra y sale del recinto a escondidas, como jugando, por detrás de los profes, hasta que, viendo que nadie le hace caso, emprende a correr hacia el mercado.
No han terminado de entrar todos los críos, cuando aparecen por la calle unos hombres portando un estandarte con campanillas. Unos metros más atrás otro grupo lleva una campana suspendida de un tronco. Se paran y la golpean con solemnidad. Transcurridos unos segundos empiezan a desfilar monjes en hilera llevando sujeto su cuenco mendicante. Durante media hora van pasando sin parar en medio de un silencio respetuoso. Supongo que van a alguno de los muchos monasterios  que hay en las cercanías. Por esta zona la influencia de los monjes budistas en la vida social es muy fuerte. En Mandalay vive el monje Ashin Wirathu  que se autoproclama como el Bin Laden de Birmania y lucha, sobre todo, contra los musulmanes. No es raro que los monjes participen en revueltas contra etnias no budistas, en algunos casos con el apoyo del ejército, y en otros, como en la revuelta azafrán, contra el gobierno. El caso es mantener el poder.
Los únicos que prestamos atención al desfile somos nosotros, el resto hace su vida, va a lo suyo.
Con lo caro que es el azafrán, aquí se emplea como tinte de ropa.

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