Mingalaba BAGAN
El viaje desde Monywa a Bagan fue
lo habitual: muchas paradas, frío en el interior por un aire acondicionado
incontrolado, calor fuera y tramos de
carretera inundados en los que el chofer conduce guiándose por la vegetación o
por las indicaciones de algún paisano que estaba por allá.
Al llegar a Nyaung- U (lo que
denominamos Bagan son tres pueblos: Nyaung-U, Old Bagan y New
Bagan) el chofer tiene que
parar en un control. Una mujer entra en el bus y nos indica que tenemos que
bajar con los pasaportes y quince dólares por persona para pagar el acceso al
pueblo. En el puesto nos animan, sin
mucho entusiasmo, a comprar planos, guías y recuerdos diversos. Teniendo claro
que todo el dinero que se aporta en estos sitios es para el gobierno militar,
nos limitamos a pagar lo obligado. El
caso es que cuando subimos otra vez al autobús, viendo las caras de la gente,
me invadió la sensación de ser un privilegiado por tener dinero para pagarme el
capricho de viajar por su país. Esto me pasa muy a menudo y me suele incomodar
porque no sé cómo ayudarles sin llegar a pisar su dignidad a la vez que quiero
demostrar mi solidaridad.
La estación, como siempre, está a
los afueras del pueblo. Descargamos las mochilas y, como teníamos claro de que
el pueblo era pequeño, no accedimos a las solicitudes de los tukuteros y
optamos por ir caminando. En verdad que Nyaung-U no es
grande, pero desconocíamos que la única calle fuese la carretera. Las casas
están separadas del asfalto por unos metros de tierra rojiza que despide polvo
al menor movimiento de aire. Detrás de ellas comienza el campo de cultivo o la
simple llanura lleca. Así que, después de
levantar polvo durante un buen rato, cogimos un tuktuk para que nos
llevase a May Kha Lar Guest House. Creíamos que quedaba lejos, pero lo
teníamos bastante cerca.
El Maika, como le bautizamos
nosotros, estaba bien. Un edificio de dos alturas muy cuidado. Nuestras habitaciones
estaban en el piso de arriba. Eran alcobas grandes, sin ventanas al exterior,
con baño individual, aire acondicionado
y ventilador. Saliendo al pasillo y yendo hacia la fachada principal se accedía
a una gran terraza cubierta, con balconada y suelo de madera. Disponía de un
número suficiente de mesas como para que todos los huéspedes pudiesen pasar el
rato cuando lo deseasen, sin tener que esperar. Cuando movía el aire sonaban
los numerosos colgantes de bambú suspendidos en los distintos travesaños de
madera. En la tarde del segundo día,
mientras descansaba en la terraza a la vez que intentaba conectarme con Asier y
en el trajín que me traía colocándome en distintos sitios para coger mejor
señal wifi, pude observar a la directora y dueña del hotel, una mejer
encantadora, rezando sentada en el suelo, de costado, no dejando a la vista ni un milímetro de sus
pies, delante de un adornado buda, en
una coqueta capilla que había al lado de la terraza. Al salir, esbozó una
sonrisa, juntó las palmas de las manos y bajó la cabeza a la vez que me decía mingalaba (hola). Le correspondí de la
misma manera. Se alejó en silencio dando pasos cortos y rápidos. Nadie del
hotel mascaba betel.
Cenamos
estupendamente en un restaurante bastante lujoso de comida internacional e hindú.
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