Libertad para Enrique


Los curas siempre tienen abiertas las puertas de la derecha. Así lo pensó Enrique y entró tranquilamente en casa de Luis Bárcenas con la misiva de que venía por mandato del tesorero. Después de media hora intentando que le dieran el material informático que, al parecer, necesitaba el amigo de Rajoy, se le hincharon los hábitos y, sacando una pistola, les amenazó. Tuvo atados con unas bridas, durante media hora, a una empleada del hogar, a la esposa de Bárcenas y a Willy, el niño del tesorero del PP. Las habilidades de Enrique no debían ser muchas, pues Willy (el Guillermo de toda la vida) se zafó de las ataduras y redujo al bueno de Enrique.  La intención del sotanas era, ya que no lo hacían los Cuerpos y Fuerzas de Seguridad,  conseguir los USB del mangoneo popular y entregárselos  al juez. Un acto altruista donde los haya que le han mandado a la cárcel para 22 añitos por  los delitos de allanamiento de morada, tres de secuestro, tres de amenazas, uno de tenencia ilícita de armas y tres faltas de lesiones.
Enrique alegó, sin éxito, no estar muy bien de la perola. Por lo visto oía voces que le alteraban el ánimo y no le quedaba más remedio que actuar.  Incluso ahora, en el momento de ratificar la sentencia el Supremo, un año después de vestirse de cura, las voces no han cesado. Han aumentado sus efectos hasta el extremo de llevarle a decir que le dejen en paz de una vez y que si le condenan, que le condenen. Que así no se puede vivir. Que en la cárcel se siente más protegido.
Lo que le han hecho a Enrique me duele más que lo del Granados, la Mato y todo ese coro de chorizos que roban vestidos de traje. Enrique no quería nada para él. Solo obedecía los latidos de su cabeza.

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