Salir a reflexionar
Eran las doce de la mañana, más o
menos. Iba haciendo el paseo ese de estiramientos mentales que me resulta
necesario para poder sobrevivir. No pretendo equipararme con los grandes
pensadores peripatéticos o con el mismísimo Kant, como tampoco lo hago con
Indurain cuando pedaleo en la bici estática, pero reconozco que pasear revive
las neuronas y airea el caletre. Por eso prefiero las manifestaciones a las
concentraciones. Recuerdo, cuando era monaguillo en los Padres Capuchinos de
San Pedro, que los novicios charlaban mientras caminaban por el patio del
frontón. Se colocaban, por ejemplo, dos enfrente de otros dos. Tomaban una
línea recta de tal manera que una pareja caminaba hacia adelante y la otra
hacia atrás. Al llegar a la pared rebotaban caminando hacia adelante los que habían
ido hacia atrás a la par que los otros también cambiaban su paso.
Bueno, pues eso. Estaba garbeando.
Por cierto, cada vez me parezco más a mi madre. Cuando cuenta algo, la cosa más
simple, monta un relato con mil
anotaciones, paréntesis, aclaraciones, referencias y apostillas que le salen
así, de natural, y que me plantean mil preguntas. Ahora se las hago, si me
acuerdo, cuando termina; es que si no me pierdo y no sé de qué estaba hablando.
Volviendo a lo mío. Estaba paseando
por la acera ancha del centro de salud, cuando vi una muchacha alta
vestida con traje pantalón rojo y tocado
tipo cofia del mismo color. Si ya iba llamativa, una comitiva de unos veinte hombres,
más bajos que ella y trajeados con pantalones negros y chaquetes rojas, verdes,
blancas o amarillas, realzaban su presencia. Cuatro iban calzados con zapatos rojos.
Conforme se acercaban me di
cuenta que lo que tenía delante era una estadística. Nunca me había pasado algo
así, verla en carne y hueso, a pie de calle. Siempre las había visto en papel o
en la tele. Mira que hay montón a lo largo de año, pero nunca había tropezado
con una. Un amigo mío vio una estadística de un sondeo del CIS, pero era en
Madrid y porque participó en la encuesta. En provincias o comunidades autónomas
pequeñas es más difícil. Los
hombrecillos, las cifras, hacían coreografías en torno a la mujer expresando
datos en diagramas de barras, gráficos de sectores o simplemente se amontonaban
para llamar la atención. Cualquier formación la terminaban los números con
zapatos rojos saliéndose del grupo y pataleando (me cosqué enseguida que eran cifras
subrayadas). En algunos momentos los desplazamientos me recordaban a lo de los
capuchinos, que no sabías si un fraile avanzaba o retrocedía.
Cuando terminó de pasar la
comitiva pude ver a un lisiado pedaleando en un triciclo con un cartel en el
que se leía EPA (Encuesta de Población Activa).
Unos muchachos, que estaban sentados en la marquesina de la villavesa y que habían aplaudido con entusiasmo, al ver
el cartel profirieron todo tipo de improperios.
Antes de meterme en casa entré en
el bar que hay cerca para tomarme el vino nuestro de cada día. Estaba a tope. El tema de discusión no era
futbolero. La cabalgata de la EPA dividía apasionadamente a la parroquia en
tantas opiniones como personas. Lin,
dueño y camarero que regenta el bar con su mujer, Lola (el verdadero nombre no
hay manera de pronunciarlo bien) puso paz en la discusión con “En este mundo traidol, nada es veldá ni mentila,
todo es según el colol del clistal con que se mila” que enunció Campoamol. ¿Veldá
Juanjo? Le dije que sí con la cabeza. Lin es muy leído (creo que es hijo de la
revolución cultural de la Banda de los Cuatro) y, sobre todo, tiene una
paciencia a prueba de bomba.
A los días, paseando por los mismos sitios y a la misma hora convencional
(una menos solar) me encontré con una
mujer que, al verme, cambió de acera y se vino hacia mí.
-¡Hola! ¿No me conoces? Soy Lidia. Eres Juanjo, ¿no? Me diste clases...
-¿Qué tal? Si no me saludas y te presentas no te reconozco -se me
amontonaron mil imágenes, pero su expresión vivaracha me hizo visualizarla en
un pupitre de las primeras filas- ¡Es
verdad! Ya me acuerdo de ti.
-Vivo aquí cerca. El otro día no me reconociste.
-¿Yo? ¿Cuándo?
-Iba de estadística.
-¿Qué me dices? ¿Eras tú?
-Sí. Estaba en paro... me salió esto y, total, para estar mirando. Como en
la uni hice algo de teatro...
-Si estás a gusto dale duro.
-No gano mucho, pero... Me pagan por horas. Me lo tomo como lo que es: un
carnaval. Me lo paso bien y además tengo tiempo para estudiar inglés. He estado
peor. Bueno. Lo que me mata son las botas. He tenido que entrenarme en casa. Es
que con esas plataformas y taconazos parezco una drag queen, ¿verdad?
-Pues sí. Llamas mucho la atención. ¿Vas para casa? Ya te acompaño, si no
te importa. Es que salgo a pasear...
-No. Encantada.
-Pasamos un rato estupendo recordando el pasado y triturando el presente.
El futuro y la estadística no nos preocuparon nada.
Te superas, maestro. Me ha encantado. ¡Qué imaginación la tuya!
ResponderEliminarGracias. Lo fundamental está sacado de un texto tuyo en el que exponías el mal uso de los datos numéricos en el caso de tu instituto con el asunto del euskera y ETA.
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