De bragas, calzoncillos y uvas
No
me imagino. Bueno, sí. Me veo a Rajoy con calzoncillo rojo tipo slip, comiéndose
las uvasss, formulando deseos para el dos mil quince y me dan escalofríos. No
por el repelús de la imagen, sino por su significado. Todos los fines de año
hace lo mismo y los dioses se lo conceden. Bueno, no. El año que no ganó las
elecciones, y por orden de José María, hizo sus propósitos con un calzoncillo
azul y dos gaviotas en las mismas pelotas (es un suponer. No conozco el asunto
tan al detalle, pero lo digo como me lo dijo un adivino que está de párroco en
un barrio de Madrid y de vez en cuando viene a Pamplona a visitar a la familia).
Si
en su balance de este año nos ha dejado claro que la cosa va bien y que en el
quince vamos a petar, cuando me lo imagino pidiéndole al tótem televisivo sus
deseos me pongo en lo peor. Va a ser más de lo mismo.
Siempre
he tenido claro que mis peticiones y las de mis semejantes nunca han servido
para nada porque una fuerza más potente lo ha impedido. ¿Cuál? La de la gente
poderosa, la que puede. Los deseos de Angela Merkel, pedidos mientras se come
las uvas, o las salchichas, vete tú a saber, delante de su telefunken,
enfundada en unas bragas rojas, se consiguen sí o sí. No hay color. ¿A quién va
a hacer caso el dios dinero? ¿A ti y a unos millones como tú? Desengáñate. Hará
caso a su creador. ¡No te jode!
Tengo
muy claro que la única manera de cambiar las cosas, creyendo como creo en la magia
blanca o vudú báquico para resolver los problemas, sería que los asesinos,
banqueros o cabronazos en general hiciesen el mismo propósito que hago yo. Sí, desear
que cambien las cosas, hacer el bien o, en rito católico muy del estilo hijoputa
de los gobernantes hispanos, amar al prójimo.
Ellos tienen el poder de cambiar las cosas, incluso mandar a la mierda el tótem
y cambiarlo por otro. Es de cajón: si lo piden, lo consiguen. No olvidemos que
el PP hace las cosas como Dios manda, Santiago ordena y la Virgen del Rocío y
la Almudena abanican. Hay conexión. Feed-back
que dicen los que lo dicen. En términos futbolísticos: triangulan. Se pasan
la pelota y, mientras miramos como tontos, nos meten gol.
Y
es aquí donde me surge el dilema. ¿Creo o no creo en la sagrada fórmula de las
uvas, las lentejas, el anillo en el champán, las bragas rojas y los calzoncillos
ídem?
Parecerá
fácil, pero no lo es. Olvidémonos de los que mandan. Supongamos que tú no pides
(no sabes si los demás piden o no). Quiere decir que todo te da igual, como
cuando te abstienes. Si ocurren cosas que no deseas, la culpa la tienes tú por
no pedirlas: te jodes; si ocurren cosas que te favorecen, imposible hasta la
fecha, es porque otros han pedido por ti: egoísta. Supongamos que pides y haces
propósitos de la leche. Si no se cumplen, cosa muy normal, la culpa la tienen
los demás; si se cumplen, cosa poco probable, te pones las medallas.
Bueno.
A ver. Todo lo del párrafo anterior es presuponiendo que tú pides las mismas
cosas que los demás y contrarias a las de los jefes, dioses y vírgenes en
general. Supongamos que pides lo mismo que Mariano, Ángela y sus compinches. Pues
está claro: se cumplen. Ves. El asunto es pedir lo mismo. No es cosa de no
creer en los efectos de las bragas, calzoncillos y uvas, que ni estorban ni
hacen daño. Es cosa de hacer caso a las personas que saben de estas cosas. La
ropa interior la puedes seguir usando y las uvas te las comes como postre sano
que es. No haces mal a nadie.
-¡Venga!
¡Ponte de rojo y vamos!
-¡Vale!
Pero no quiero seguirlo en la tele. Lo oiré por la radio y asomado a la ventana
para ver las estrellas.
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