Puede ser lo que parece




Para pasar la mañana reflexionando me siento en un sillón individual, de esos modernos de madera y hierro, a las afueras del parque. Un señor, trajeado y tieso como si se hubiera tragado un palo de escoba, me mira con desdén. Deduzco que no soy atracable y eso me tranquiliza. Una pareja de mujeres hablan animosamente mientras caminan. La más alta va con un hábito blanco y negro. Cada dos por tres se paran para hablar frente a frente. La más baja, vestida con minifalda plateada, gesticula mucho.
Aparecen por detrás, dándome un susto, tres muchachos negros hablando a gritos en un idioma, para mí, desconocido. Cuando ya se alejan, uno de ellos se vuelve y me avisa de que tengo la mochila abierta. Le doy las gracias, la descuelgo del respaldo, la cierro y me la pongo en el regazo. Suena el teléfono. Me cuesta un buen rato dar con él. Se presenta una operadora con su nombre y apellido interesándose por mejorar mi vida. Cuelgo enseguida porque sé que es mentira. Quiere venderme algo.
Se me agolpa la imagen de la religiosa con su amiga y me acuerdo de una vecina que decía que su hermana, monja de clausura, era muy abierta. En la acera de enfrente hay un banco totalmente acristalado que luce fotos de niños guapos, padres guapos y una pareja de abuelos sin arrugas. Todos sonríen. Anuncian seguros de vida y de hogar. Un poco más a mi izquierda hay un bloque cuadrado de hormigón gris, sin ventanas, que recibió hace poco un premio de arquitectura. Es la iglesia. Según una vecina que da catequesis y limpia el recinto, hay goteras y se gasta mucho en luz. Lo mejor es el piso del párroco. Rodeando el sagrado recinto hay una zona ajardinada con bancos. Tres farolas grandes, una tiene una cámara conectada a la policía, iluminan bien a los transeúntes y a las viviendas cercanas en exceso. En los balcones cuelgan Papas Noel, Reyes Magos y Olentzeros. Un niño tira del brazo de la que supongo es su abuela y patalea señalándole los muñecos. Ella habla con otra mujer de su misma edad a la vez que trata de calmar al nieto. La abuela termina cogiéndolo en brazos, pero él sigue berreando hasta que, agotado, apoya la cabeza en el hombro de su yaya y se adormece.
Va siendo hora de ir a comer. Paso por el súper para comprar alguna cosa. En la puerta, el ciego que vende boletos ayuda a una mujer a meter la compra en el coche. En el tablón de anuncios se vende una bicicleta estática. Me pregunto por qué no le llaman pedaleta, pedalera o similar, en lugar de bicicleta, si no tiene ruedas.
Camino de casa entro en el bar de Lin. Dos clientes habituales discuten por lo de la violencia de los aficionados al futbol. Se nota que son de distinto club y se enzarzan en las medidas a tomar contra los ultras, en lugar de tratar la causa. Lin mantiene que los depoltistas no son depoltivos.
En la tele hablan de supuestos delincuentes que, aparentando ser inspectores de hacienda o de policía, no recuerdo bien, robaron en los chalés de una urbanización de lujo.

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