Al calor de Afrodita




 

               Antes planchaba según el montón de ropa que se amontonaba sobre la cama del cuarto donde tengo el ordenador. El día de la semana era igual. Todo dependía de las ganas y el coraje que me daba ver la pila de ropa. Desde principios de año plancho los viernes a la mañana, justo cuando Rajoy Brey y sus cincuenta sombras se reúnen en lo que se viene en llamar consejo de ministros y yo califico como orgías en honor de Venus. Vamos, que cuando Rajoy Brey y sus guajalotes veneran lo venéreo a base de latigazos legislativos, leyes mordazas, prohibiciones de abrazar el congreso y mamonadas por el estilo publicadas en cueros y BOEs susurrantes; yo me aplico, entusiasmado perdido, a las labores de mi sexo y condición en honor de la afrodisíaca Afrodita ayudado por Vulcano, dios de la plancha. Para entendernos, que planchar me pone. El calor tiene esas cosas. Pero a ver, abstenerse interesados-as en emplearme como mano de obra barata y poner sobre mi altar plegable ropa a mansalva, que uno da para lo que da y no es cosa de morir de sobredosis. Lo que pasa es que sublimo, paso de sólido a vapor, una labor humilde y doméstica como alisar los ropajes que esconden nuestro cuerpo de la curiosidad malsana de la gente.
            Saco la tabla del armario. La despliego y la pongo a la altura de mi ombligo para poder hacer más presión. Cojo la plancha, lleno el depósito de agua y la enchufo. La tabla anterior no tenía el soporte para el cable y se enganchaba; la de ahora tiene esa varilla flexible que lo mantiene alto, lejos del calor. Hago unos cuantos viajes al cuarto de la ropa porque  voy cogiendo prendas en paquetes no muy grandes que me permitan ir dejándolos sobre el respaldo de las sillas de la cocina sin que se apelotonen. Una vez planchadas las prendas de un paquete y colocadas ordenadamente sobre la mesa de la cocina, según se vayan a guardar, suelo volver al cuarto a recoger otro paquete o a cambiar la música que tengo puesta en el ordenador. La música es muy importante. No se plancha igual con Aute que con Led Zeppelin, pongo por caso. Yo soy más de ritmo y melodía que de letra. Para prendas delicadas me inclino por adagios, Pink Floyd, Mike Oldfield, Vangelis y para camisas o sábanas por el rock, Wagner o similar. El pop no me gusta, está hecho de fibras que no necesitan plancha. Bueno, hay viernes sin sentido, como los primeros viernes de mes, en los que me pongo una repetición aleatoria y voy improvisando coreografías de plancha. Pongo hasta gregoriano. Con un Kyrie Eleison (suena a compositor inglés) puedes humedecer las camisetas a base de lágrimas.
            La plancha, aun siendo un elemento caliente, tiene cierto parecido al patinaje artístico sobre hielo. ¿Qué sería de esos giros, equilibrios y deslizamientos sin música? No nos imaginamos a una pareja de patinadores haciendo las cosas que hacen sin que suene una melodía que de sentido a sus movimientos. Pues lo mismo con la plancha. No hay color en repasar con un buen punteo, que te obliga a insistir en la arruga; que con el lago de los cisnes, que te hace ir de una punta a otra sin casi tocar la prenda.
            Las camisetas de algodón se planchan bastante bien. Las costuras se ajustan, salvo las que se descuadran a la primera lavada porque no están cortadas al hilo, y puedo rematarlas sin dejar arrugas en el sobaco. Las que tienen dibujos plastificados me ponen del hígado, tengo que poner encima el pañuelo que guardo atado a la tabla. Los vestidos o blusas combinadas de distintos materiales o con figuras cosidas encima, también me joden. Al tener telas de distintas texturas se terminan desajustando.
            Las camisas las afronto bien con música fuerte. Esos hombros que hay que repasar en la punta de la tabla, esos fruncidos de los puños que se doblan como quieren, esos bolsillos con botones rebeldes... Si no es con mala leche y fuerza no quedan como mandan los cánones de nuestras madres. Y lo que me pienso mil veces, no si las plancho, si me las voy a poner, en verano, son las prendas de hilo. Me traen a mal andar ¿Quién me habría mandado comprarla?
            Las sábanas o fundas de edredón no son un problema. Las que sí me suelen dar guerra son las sábanas bajeras ajustables. Esas me desquician. Siempre quedan arrugadas y termino pasándoles un poco de rock suave para decir que he hecho algo.
            Dicen que la secadora ahorra mucha plancha, pero no me seduce. El dios de la secadora, Helios,  va como un torbellino, a su aire, y no lo suelo poner. Sin embargo, a Neptuno, dios de la lavadora, lo tengo en lo más alto. Mi cocina es el Olimpo y todos los días hay una olimpiada.

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