Significado y significante



 

            Fue como el cocazo pedagógico que precedía a la tormenta ortográfica de las tardes escolares de mi infancia. Al leer la prensa había algo que últimamente me daba al ojo. Como no me producía mayores trastornos no creí oportuno comentarlo con nadie. ¿Qué les iba a decir, si no tenía claro nada? 
            Hacía tiempo que no veía a alguien levantar las dos manos y arañar el aire con los dedos de la victoria para señalar que lo que decía lo ponía entre comillas. Lo hizo un muchacho en el bar de la esquina cuando hablaba con otros. Supongo que no se conocerían mucho y, para que no le malinterpretasen, decidió darle a la mímica.
            Nada más llegar a casa enchufo el ordenador y me dedico a hurgar compulsivamente en la prensa escrita que leo todos los días. Conforme voy cliqueando, sobre todo con El Diario.es y Público, se me clavan los pares de comillas hasta dejarme como a San Sebastián (ya me he pasado. Como no soy nada apolíneo lo cambio por "... a una señal de tráfico de Etxalar"). Me percato, ojeando periódicos de distintos días, que las comillas inglesas, simples y latinas trufan titulares y textos hasta el arrechucho. Las de las citas textuales las acepto, pero las otras no. Incluso dentro de las citas textuales me encuentro con comillas sencillas que le dan otro significado a lo que el fulano o fulana de turno no entrecomilló cuando largó la frasecita o la palabra en la rueda de prensa. Y lo que ya me saca de mis comillas son las comillas que supuestamente indican ironía.
            Leer entre comillas inglesas, las más utilizadas, me deja como colgado y tengo la sensación de que cuando descubra la verdad me caeré del guindo y me estamparé contra la base de la pantalla. ¡Así no hay manera! Es que los periodistas entrecomillan por encima de sus "necesidades" y la cagan. Bien es cierto que, metidos entre comillas, las comillas son estupendas porque me permiten darle a la frase o a la palabra el significado disparatado que creo debe tener.
            Ahora descubro, por mor del comillero del bar de la esquina, que vivo en un mundo entre comillas, en un país entre comillas donde nada es verdad ni es mentira, todo es  según el comillazo con que se mira. Rajoy se me representa entre comillas y no sé si es una copia mal teñida del auténtico o una célula madre del brazo incorrupto de Fraga. Las orejas del ministro Montoro se me asemejan comillas y lo despojo de toda veracidad. Los pelos que coronan la calva de Wert son las comillas de su ley. Sin embargo, a las ministras Pastor, Báñez y a la ex de sanidad, Mato, las veo, por el peinado, entre paréntesis, como una aclaración de lo dicho por Mariano.  Y no digamos del PSN, UPN PPN, estos me confunden permanentemente. Por mi propensión al "desvarío" leo una "S" de surrealista, una "P" de pueblerino y otra "P" de populista.  Entrecomillo "Osasuna"  y lo bajo a tercera y si a Barcina la califico de "demócrata" la nombro General de División. A medida que leo y escribo esta estupidez de  texto me voy convenciendo de que las comillas contienen sustancias psicoactivas  y producen adicción. Con la última calada de comillas mentoladas me veo al "personal" dando los mítines con los brazos permanentemente en alto, como si bailasen una jota, para entrecomillar todo lo que sueltan por esas boquitas que heredaron de sus padres políticos.
            Salgo a dar una vuelta alrededor de la plaza, lo hago mucho para repensar, y me encuentro con el vecino mayor que camina encorvado, apoyado en dos muletas. Me froto los ojos porque lo veo entre comillas latinas. En una pared pone "Sí 'María'no Rajoy". Una mujer muy arreglada, fumando en la puerta del bar, se me antoja que tiene la nariz entrecomillada por las cejas. Vuelvo a casa a todo meter.  
            Hace tiempo, algunos "hijos de puta" le pusieron comillas invisibles a palabras como libertad, igualdad y fraternidad. Se nota, cuando las pronuncian,  que van de coña.

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