Aman el dinero como a sí mismos





            Las veces que fui, por dos funerales, la iglesia parroquial me sorprendió. Era una bajera muy amplia y alta en el espacio interior de una gran manzana. Lógicamente, la luz entraba por las claraboyas del techo y en ningún momento se tenía la impresión de oscuridad o agobio. La pared en la que se apoyaba el pequeño retablo era medianil con otra nave perteneciente a la Cooperativa de Hostelería. El templo católico y el de consumo formaban una ele mayúscula. Jesús, el hijo de Dios, podía estar tranquilo porque no le hacía falta liarse a mamporros para sacar a los comerciantes. Estaban fuera, rodeando el lugar de oración con sus pequeños comercios, bares y hasta con un puticlub cercano (muy normal la vecindad entre edificios religiosos y lupanares).
          A principios de este siglo el afán de lucro rápido que se materializó en el ladrillo también hizo carne o cemento en la institución eclesiástica foral. En el año 2000 de nuestra era, el Ayuntamiento acordó con el Arzoabispado el cambio de la iglesia de Jesús y María, en la calle Compañía, por una parcela estupenda y céntrica en el barrio San Jorge más 468.000 euros de vellón. La dichosa iglesia, hoy albergue municipal de peregrinos, ya era un bien del pueblo, pero la inmobiliaria religiosa, Paraíso Terrenal, la inmatriculó unos años antes. El nuevo recinto católico de San Jorge, estrenado en el 2008, costó 2,4 millones de euros (incluidas las campanas).
          También a principios de este siglo la comunidad musulmana compró una bajera, muy próxima a la primitiva iglesia católica, y construyó una mezquita pequeña a la que, sobre todo los viernes, acuden los creyentes vestidos con  chilabas.
          A finales del año pasado, una conocida marca de supermercados compró la iglesia y la nave contigua para crear un híper con aparcamiento. Ahora, los coches entran por la pared que sostenía el retablo y aparcan en paralelo donde estaban los bancos. Las grandes claraboyas dejan pasar una luz divina. En la pared lateral izquierda al altar han abierto una puerta de acceso a la superficie comercial.
          La nueva iglesia es un bunker de hormigón muy galardonado con distintos premios de arquitectura. Esta fortaleza se compone de vivienda parroquial, patio e iglesia. La luz solo entra por el tejado de alabastro que está encima del presbiterio. El resto del templo se ilumina con luz artificial. La mayor parte del tiempo el baluarte es inaccesible para el pueblo.
          Las campanas suenan, pero me pasa lo mismo que con el ruido del tren, que me he hecho a él y ya no lo oigo. Acudo al centro comercial entrando siempre por la antigua iglesia. Al nuevo y lujoso templo he ido solo de visita. Sospecho que el hijo de Dios tampoco iría porque los comerciantes y la Iglesia se han hermanado, o como diría el cocinero de turno, maridan de maravilla. Es más, creo que la Iglesia Católica es la mayor empresa que uno se puede echar a la cara o al hombro camino del calvario en que vivimos.

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