Pagoda Perfume
Otro madrugón. Como el día anterior, grupos de
muchachos juegan al futbol o al vóley, también en su versión de golpeo con el
pie, debajo de los viaductos o en descampados mínimos de tierra. Con el miedo
que siempre se tiene cuando vas a pasar un control, conseguimos, por fin,
sentarnos en el avión y dejar Tailandia. En hora y media nos plantamos en Hanói.
Good Morning, Vietnam.
En la puerta se amontonaban, como en todos los aeropuertos, taxistas y azafatos con
cartelitos de llamada a las personas que desembarcaban. Allí figurábamos
nosotros. No me había pasado eso nunca. Cuando nos acercamos al chofer de la
camioneta de la agencia se nos abalanzaron unos cuantos porteadores que tiraban
de nuestras mochilas para llevárnoslas hasta el coche. Es decir, nos aumentaban el trabajo al tener
que hacer más fuerza para tirar de la mochila y de ellos.
Llegamos a la agencia Ethnic Adventure, en el número
35 de Hang Giay street, bastante cansados y con unas ganas tremendas de encontrarnos
con Ana y su hija Male, amigas de Zarra y Gema, pues habían tenido que
modificar sus planes por nuestro retraso de un día. El jefe de la agencia era
un estúpido presuntuoso que paladeaba su
correcto inglés mientras nos miraba por encima del hombro, a la vez que nos
quería meter una embolada de pasta muy
superior a la acordada con él vía internet. En plena zapatiesta de nuestros
portavoces en el inglés de David Beckham con el gerente de la agencia
(Shakespeare en persona), Gema y yo nos fuimos en busca de Ana y Male que nos esperaban
en un hotel cercano. Las encontramos a la puerta de un hotel pequeño en una
calle estrecha llena de tiendas, gente ajetreada, motos alocadas y bicis tranquilas circulando en todas direcciones.
- !Por fin! Pensábamos que no nos íbamos a ver. ¡Madre
mía!
Después de presentarnos salimos corriendo hacia la
agencia para salir lo antes posible a la primera excursión que teníamos
contratada: Pagoda Perfume.
Durante las dos horas de viaje nos fuimos contando las
incidencias desde que salimos de Pamplona y ellas las suyas desde que salieron
de Hondarribi. Nos plantamos en un embarcadero del río Day regentado por una
cuadrilla de mujeres descaradas, muy adiestradas en el arte de la picaresca.
Nada más llegar, se prodigaron en halagos para Zarra y para mí a la vez que se
interesaban por el tipo de relación que teníamos entre nosotros. La que parecía
mandar más me felicitó porque, según mi cabeza rapada, tenía pintas de hombre
sabio, de buda. Alegre y dicharachera me pasó la mano por la tripa, que no
tengo, invitando a las demás a que hicieran lo mismo.
-Ni hablar. A ver si os cobro -les dije, apartando de
un manotazo a la primera que quiso seguir a la jefa.
Aquello empezaba mal. Nos montamos en dos barcas con
dos remeras en una y tres en la otra después de acordar un precio justo por
llevarnos a la Pagoda Perfume e insistir en que no nos viniesen con extras por
una cosa u otra, como la de que, terminando el trato, viniesen cuatro remeras
por barca.
El río estaba muy crecido. La espesura de los bosques
surgía desde el agua sin espacios intermedios, sin márgenes para apreciar las
zonas de cultivo del valle. Por la inundación, algunas casas mostraban sólo sus
partes más altas dejando a la imaginación sus verdaderas características. Los
montes, debido a que la niebla iba y venía, ocultaban sus cabezas o las
descubrían con misterio. El silencio,
cuando dejaban de hablar las cotorras de remeras, se rompía por el golpeo de
los remos sobre el agua calma.
El embarcadero al pie del monte Huong Tich había desaparecido y amarramos las
barcas casi al nivel de unas casetas-restaurantes cerrados y embalsados por un
riachuelo que bajaba por una empinada calle que había al fondo. Como nos
temíamos, cuando nos íbamos a descalzar para cruzar el gran charco, nos
apareció una remera pidiéndonos dos dólares por persona, ida y vuelta, para cruzarlo
en canoa. Al desconocer la profundidad y el estado del fondo, regateamos el precio.
Los dos dólares por persona ida y vuelta los dejamos en uno. Eran cinco metros
de nada, pero... Nos pasaron al otro lado, al de un templo chino de teca muy
decorado en el que estuvimos demasiado rato contemplándolo. Cuando decidimos ir
a la base del teleférico que sube hasta la Pagoda Perfume, nos encontramos a
las taquilleras cerrando las puertas. A
pata.
Hora y pico de permanente ascensión por un camino
empedrado y escalonado para facilitar la caminata entre un tupido bosque,
pequeños templos y sus correspondientes puestos de ventas de recuerdos. La
humedad y el calor convertían aquello en una sauna. Bebíamos agua constantemente,
sin necesidad de mear. La camiseta, el calzoncillo y el pantalón se me pegaron
al cuerpo de tal manera que en alguna de las paradas, casi obligadas para
contemplar el paisaje, me quitaba la mochila, me despegaba la ropa y escurrían.
Pesaban lo suyo. Habría jurado que el calzoncillo se deformó y aumentó su
talla. A eso había que añadir que teníamos que mirar dónde pisábamos porque al
estar el suelo muy húmedo, si pisabas en alguna piedra un poco redondeada podías
patinar.
Pero todo el palizón mereció la pena. Una vez en la
cima había que bajar unos cien metros por una empinada escalinata que terminaba
en una gruta natural de unos sesenta metros de alta, rodeada de vegetación. En
el interior se multiplicaba la humedad. El goteo del agua que caía de las
estalactitas marcaba el lento paso del tiempo en este templo donde los devotos
se arrodillaban ante un altarcito muy simple, cuidado por una comunidad de
monjes.
La bajada fue más rápida. No hicimos paradas para
descansar porque el hambre nos aceleraba el paso. Cuando llegamos al
embarcadero, el charco había desaparecido y las remeras nos volvieron a hacer
la pelota por haber sido capaces de subir andando. Mala pinta. Se veía venir
una subida de precios. Durante el viaje de vuelta, nos dijeron que ganaban
poco, que el jefe las explotaba, que venían más porque necesitaban turnarse,
que una de ellas, la que se montó la última, tenía hijos y no tenía marido, que...
Nosotros le replicábamos que reivindicasen al supuesto jefe una mejora laboral,
que nos estaba chantajeando con los asuntos personales, que los precios los había fijado ella, que
les pagábamos muy bien porque llevábamos tiempo dando vueltas por el mundo y
sabíamos los costes, que los precios los acordamos al principio... Y que
siempre dábamos propinas, pero que con el timo del charco y de las acompañantes
amigas suyas que no remaban, sólo hablaban con ella, que tampoco remaba, nos lo
estábamos pensando porque nos había tomado por tontos. Antes de llegar al
embarcadero nos desearon mala suerte, nos echaron maldiciones en inglés
internacional. Esto último ya colmó el vaso y cortamos la conversación.
Nosotros pasamos al idioma de Quevedo y ellas al de Ho Xuan Hurong. Así
largábamos lo que nos daba la gana sin miedo a dañar más el conflicto
internacional en el que estábamos embarcados. Al despedirnos, en un inglés
foral, le dije a la más gritona que ella era la jefa y que explotaba a las dos únicas
que remaban. Creo que me entendió porque se puso a gritar como una loca. Mente
que no entiende, corazón que no siente. Agur.
De vuelta en Hanói, encontramos un hotel fantástico, Du
Centre Ville. Habitaciones amplias, atención excelente, buenos desayunos, una
gozada en todo el mogollón de la parte antigua colonial francesa. Muy
recomendable, también su agencia.
No sé cómo habéis vuelto enteros después de reñir con medio Asia. Me he reído a gusto.
ResponderEliminarP.D.: Corrige "podías patinaba". Musuak
gracias por notificarme el patinazo
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