El Ngo Dong tranquilo y el Hong Ha de mala leche
Contratamos,
por medio de la agencia del hotel, un viaje a Tam Coc, también conocida como la
Ha Long del Interior. El río Ngo Dong transcurre por unas formaciones kársticas
cubiertas de vegetación. En algunas ocasiones atraviesa las pequeñas montañas
por grutas en las que las estalactitas llegan a tocar el agua.
Todo está
muy preparado para el turista, masificado por completo y explotado hasta la
desesperación. En las barcas pueden ir hasta cuatro personas para un recorrido
de unos dos kilómetros. Algunos lancheros o lancheras mueven el remo con los
pies. Se sientan en la proa apoyándose en un respaldo para hacer fuerza. El río
está casi quieto. Después de pasar una gruta, donde hay que dar vuelta, te
abordan unas barcas kiosko que venden bebidas y chocolatinas a precio de
caviar. Son pelmas una cosa mala. Solo les faltaba el cuchillo entre los
dientes o el parche en el ojo. El o la del remo compran y lo paga el pasajero.
El nuestro se pidió una Coca-Cola y una barrita energética. No hizo ni
abrirlas. Supongo que, al poco de terminar el viaje, entregaría la compra
pagada por nosotros y le devolverían la pasta. Tranquilamente, la Coca-Cola y
la barrita podían llevar rulando meses. Con las propinas tuvimos nuestras
diferencias y volvimos a discutir porque nos la volvían a pedir. Si no es
voluntaria que le llamen "impuesto laboral" "tasa
turística"... Joder. Que llamen a alguien del PP y ya verán, en diferido,
lo que es perversión del lenguaje.
Al mediodía
comimos en un restaurante enorme, tipo bajera, a menú fijo, incluido en el
precio de la excursión. No era nada del otro mundo, pero el local, cuando se
despejó de clientes ofrecía la posibilidad de tumbarse en el suelo y desfrutar
del frescor de la cerámica.
Teníamos
contratado una estancia en la bahía de Ha Long, cuando, la víspera, un tifón
tuvo la mala leche de hacer acto de presencia. Sintiéndolo mucho nos quedamos
en la capital. El agua caía con fuerza acompañada de un viento de costado
difícil de combatir. El río Rojo (Hong Ha) se desbordó inundando los barrios de
su ribera. Para completar el día, y por deseo, quedamos con una señora vietnamita,
majísima, amiga de Ana. En un principio iba a ser en su casa, pero se le había
inundado y decidió hacer el encuentro en un hotel. Llegar fue una odisea.
Cogimos dos taxis. El chofer del nuestro, el pobre, no sabía dónde estaba el
hotel y nos metió por un barrio a las orillas del río. La noche se nos echó encima.
Las farolas no alumbraban porque la tormenta había dejado sin luz a todo el
barrio. Algunos establecimientos tenían corriente de sus propios generadores y
nos servían de referente para acercarnos. Los faros del coche iban descubriendo
los rincones de las calles cubiertas de agua. En una calleja, por las olas que
hacía nuestro vehículo "anfibio" y las irregularidades del terreno les pusimos
perdidos a un motorista y su moza (se besaron al despedirse) que iba montada a
lo amazona. Ella llevaba las piernas en horizontal para evitar mojárselas, pero
el oleaje la alcanzó igual que al piloto, que ya iba con el agua hasta media
pierna. El chofer, a la vez que les pedía disculpas les preguntó por el hotel
que buscábamos. El muchacho, sorprendentemente, le indicó el camino con
una amabilidad pasmosa. La calle del hotel era ancha y los edificios
aparentaban cierta modernidad, aunque estaba tan oscura como las anteriores.
Íbamos despacio mirando al frente intentando descubrir algo en los breves
instantes en los que el limpia quitaba el agua de la borrasca que estaba
cayendo. En una de esas, se nos apareció un grupo de personas, al borde de la
carretera, en una amplia acera, haciéndonos señas. Al sobrepasarlas descubrimos
un letrero rojo de neón que estaba al fondo y no habíamos visto porque un árbol
nos lo tapaba. Al poner pie en tierra dejó de llover. Nos estábamos presentando,
con dudas por si eran o no las personas con las que íbamos a cenar, cuando
llegó el taxi en el que iba Ana. Los abrazos y besos por el reencuentro de las
amigas nos dejaron claro que habíamos acertado -de churro-. Éramos a cenar unos
doce. Bebimos y comimos al más puro estilo del lugar sin tener que discutir por
la carta. La amiga de Ana, vietnamita de pura cepa, culta y traductora de
castellano, nos daba todo tipo de explicaciones sobre los rituales a la mesa y
las características de los distintos platos. Con buen tino, en una ocasión, las
aclaraciones fueron posteriores a la degustación. Nos habíamos metido entre
pecho y espalda unos rollitos de serpiente a la no sé qué, estupendos. Una cena
larga, variada, regada con buen vino vietnamita y rematada con licores del país
que mejor no conocer su fabricación (lo digo por las grandes tinajas de cristal
que había en un rincón: serpientes, escorpiones y otros bichos que parece se
ahogaron intentando salir de aquel líquido amarillento).
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