Lima III: Paco Asís

      Me pasa con los “centros culturales o museos religiosos” lo que me pasa con las películas del oeste: me parece que ya las he visto. Todos los conventos, monasterios o catedrales tienen una mezcla rancia de culto, arte voluntarioso de “genios” desconocidos y muestra de las costumbres de la comunidad avaladas por algún santo del lugar. Cristos sufrientes, fundadores de la orden, ofertorios, bibliotecas, claustros, coros, sacristías y otras equivalentes al váter, cocina, salón, dormitorios, despensas, trasteros y garajes de nuestras actuales cabañas apiladas, pero con solera. En este convento dominico de San Francisco de Jesús o de Asís (con este nombre me suele venir a la cabeza la matanza de Vitoria) me encontré con un cuadro sorprendente sobre La última cena. Por fin algo nuevo, diferente. La mesa es redonda y alrededor de los apósteles hay niños jugando, mujeres ¿camareras?, gente mirando, en fin, un restaurante público y no un reservado. En la mesa hay frutas y en el centro un cuy (algunos dicen que es como un conejo y yo creo que es una rata). Según el guía, Judas es el mismísimo Pizarro. Todo tiene aires de fiesta y de celebración más que despedida. Tiene más pinta de ser una cena normal, que de ser la última.

     Debajo del convento y de la iglesia se encuentran las catacumbas que, se dice, contienen restos de 25.000 personas. En realidad es un almacén muy ordenado de cráneos, fémures, tibias y peronés que dice mucho de la obsesión de los frailes por coleccionar huesos. Durante el paseo por las catacumbas, los peruanos del grupo, la mayoría, sacaban fotos y daban muestras de admiración ante cualquier explicación del guía. A mí todo me daba un poco de repelús y otro de poco de risa. Según el guía, hay gente que oye voces pidiendo agua o piedad y otros aseguran que en determinados días del año los muertos se pasean por aquel laberinto y se reúnen para conspirar. Creo que para oír cosas o visionar encuentros de este pelo es necesario darle al pisco o a otras cosas más fuertes. Todo sea por aumentar el poder de lo mágico sobre la razón.

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