A Belém
Cogimos billetes para Belém do Pará, que está a unos 1.700 km más o menos, en una oficina oficial limpia e informatizada que hay en el muelle flotante de Manaos. Nos decidimos por pasajes del segundo piso que costaban 200 reales, aunque los del primero salían por 180. La diferencia estaba en el aire acondicionado y en que en el primero se transportaban mercancías. A las horas de montarnos comprobamos que el aire acondicionado no enfriaba y en el primero, aunque muy sucio y descuidado, se aguantaba mejor el calor. En el tercer piso había dos filas de camarotes, solárium, bar, tele y una zona cubierta que en la primera parada se llenó de chinchorros.
A diferencia de otros barcos, en el Amazonas Star, va a unos 20 km por hora, las barras para colgar las hamacas estaban más juntas para que entrase una fila más de hamacas. La putada estaba en que cuando te tumbabas tocabas el suelo y el listo de turno te podía poner la suya encima. Visto lo visto opté por atarla desde la tela. Me quedó un poco alta, pero por lo menos estaba más horizontal. Para subir utilizaba la mochila como escalón. Con la lección aprendida de barcos anteriores, colocamos las hamacas en primera fila para poder acceder fácil, sentir que corre el aire y poder respirar a pleno pulmón sin intoxicarte con los efluvios de los pasajeros que te rodean.
Cosa extraña, salimos a la hora, pero no llevaríamos medio kilometro cuando el barco dio media vuelta, se encaró hacia Manaos hasta meterse en un pequeño puerto abarrotado de gente. Echaron la pasarela y todo dios para arriba con sus paquetes, maletas y el copetín con ruedas. Bajamos a toda leche al piso de las hamacas y nos colocamos haciendo guardia para que no nos jodiesen el sitio. Si los que había esperando nos parecieron mucho, no te digo nada la gente que fue llegando durante las tres horas que estuvimos parados. El piso se fue llenando de chinchorros al tresbolillo hasta que la gente empezó a subir arriba para colgarlos en la terraza. En un despiste, una señora colocó su hamaca entre la de Sara y la mía. Le dije que la colocase en otro sitio, que por mucho que se empeñase no iba a entrar. Un poco resignada me pidió que le soltase el extremo que había colgado con mucho esfuerzo. Cuando estaba en ello se presentó un tío con muy mala cara que se empeñó en que no, que la hamaca no se movía. En plena discusión la señora le dio unos empujones para alejarlo a la vez que le echaba un chorreo que lo dejó fuera de juego. Hubo un mal entendido. El hombre vio de lejos que yo hablaba amablemente con su mujer y se mosqueó. Quería estar con ella y no se le ocurrió otra cosa que quitar la hamaca que se lo impedía, la mía. La mujer me pidió disculpa y se fueron con su pelea a otra parte.
Cuando nos montamos nosotros aparecieron un montón de hombres que te colocaban la hamaca, te subían la mochila y te daban todo tipo de explicaciones en brasilinglis a cambio de unos reales; pues en este muelle no apareció ni uno. Estaba claro que el primer muelle era para guiris y el segundo, más barato, para autóctonos. Ya lo sabíamos, pero... Cuando días atrás paseábamos cerca del muelle, salían a nuestro encuentro vendedores ambulantes que te ofrecían de todo, cruceros, excursiones, lo que les pidieses. Cuando les decías que teníamos intenciones de ir a Belem te presentaban unas fotos de distintos barcos con sus correspondientes precios de billetes. Dabas dos pasos y te volvían aparecían otros ofertándote los mismo, pero con distintos precios. El Maño nos puso sobre aviso de lo peligroso que puede ser comprar en la calle, a no ser que como él, los conocieses. Puedes pagar cien reales por un papel que no vale nada.
Cogimos billete directo porque creíamos que iría a todo trapo sin hacer paradas. Nada más lejos de la realidad. Si en la orilla había unas piedras con un palo, allá que paraba. Eso suponía que en cuanto atracaba te tenías que colocar en tu hamaca para que no se pusiesen sobre la tuya. Si hubiésemos cogido hasta Santarém habría sido mejor porque allí se podía coger otro para Belén y ninguno de los dos hacía paradas. A Santarém llegamos con 12 horas de retraso y, como nos quedamos a dormir anclados en el puerto, le sumamos otras tantas. Un día de retraso.
Había cinco filas de hamacas, a 47 por fila, más la cruzadas o colocadas a distinta altura. Todo un alarde de color sobre un suelo repleto de las cosas más diversas y en un espacio cerrado por unas ventanas correderas que la tripulación se empeñaba en cerrar para que se notase el aire acondicionado y nosotros en abrir para respirar y refrescarnos. Si hubiesen puesto el mismo interés en la limpieza del barco, el viaje habría sido más placentero.
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