Manaos- Compro oro

Manaos está inundado de anuncios de compra de oro y plata. Paseábamos por la muy concurrida plaza Matriz. Yo llevaba la mochila colgada al hombro y me retrasé un poco porque cerca de un parterre elevado había un grupo de gente escuchando a una charlatana que vendía remedios religiosos para males físicos. En un visto y no visto me vino encima un muchacho que caía desde el parterre. Con un reflejo instintivo me protegí o le protegí poniendo las manos para que no me cayese encima, pero no sirvió de nada. Me empujó, me arrancó la finísima cadena de oro, con un crucifijo tipo griego que me regaló mi madre cuando yo tenía dieciséis años, y siguió corriendo. Al girarme para correr detrás de él, otro me empujó y no fui al suelo de churro. Le di la mochila a Sara, eché a correr, pero con tanta gente era imposible abrirse paso con rapidez y al cabo de un rato regresé con mis amigos.

Los comerciantes de los chiringuitos se compadecieron de mí animándome a denunciar el caso ante la abundante policía que había por toda la plaza. Fuimos al puesto de policía, les expliqué lo sucedido, les describí cómo eran los dos ladrones, pero por la cara que ponían estaba claro que no me prestaban mucha atención. Entre que con mis nervios no me expresaba bien, entre que por mucho que el brasileiro y el castellano sean latinos son dos idiomas y con la seguridad de que por mucho que para mí fuese algo trascendental, para ellos era un asunto rutinario sin la mayor importancia; me sentí más desgraciado que cuando me robaron. Bien es verdad que delante de mí pasaron un montón de agentes a los parecía importarles mi caso y les contaba el mismo rollo con pequeños matices que me sugerían mis compañeros que estaban más relajados y con la mente más fría. Un agente, que por el respeto que le tenían los demás debía ser el jefe, agrandó más mi disgusto, echándome una pequeña bronca por no tener cuidado. Poco más o menos que era tonto por llevar las joyas al aire (por ir provocando) y por llevar sandalias. Me cabreé porque no la llevaba al aire. Cuando me puse la mochila colgada del hombro derecho, después de llevarla bien colgada tenía la espalda empapada, me cuidé de comprobar que la cadena iba cubierta. Lo que sucedió fue que la mochila pesaba un poco y tiraba de la camiseta dejando a la vista un pequeño trozo de la cadena. Al ladrón le resultó fácil porque la rompió sólo tirando, era muy fina. Cristo y cadena no pesaban mucho y seguro que le dieron cuatro perras.

Un señor se presentó en el puesto y les describió al ratero con pelos y señales. Por las caras dedujimos que lo conocían de sobra. Visto que pasaban del asunto, les montó una bronca porque no hacían nada por evitar que se robase en la plaza. Cuando se percató de que yo estaba allí, aumentó su cabreo saliendo en mi defensa y diciéndome que Brasil es un buen país y que lo sentía mucho.

Me invitaron a montar en un coche de policía para ir a la oficina del defensor del turista, pero dando un paseo por el barrio a ver si pillábamos a los quinquis. Hicimos el ridículo. Los dos polis charlaban de sus cosas y de vez en cuando saludaban a alguno o se paraban para charlar. Íbamos a pedo burra y la gente nos miraba con atención. Teníamos, Sara y yo, la sensación de ir detenidos y expuestos para escarnio del personal. Un mundo al revés, pero lógico, ya que nadie, en su sano juicio, podía entender que íbamos mirando con la estúpida intención de reconocer a los que me habían robado. Después de un buen rato de paseo a ritmo de procesión llegamos al puesto principal de policía para ayudar a extranjeros. Como estaba lejos de donde habíamos quedado con Zarra y Gema, accedieron a esperarnos para llevarnos a la plaza Matriz.

Pasaron cuatro polis y no se ponían de acuerdo sobre el caso porque no dominaban el castellano ni el inglés. Por fin, después de más de media hora, apareció una poli dispuesta a tomarnos declaración. Empezó con entusiasmo, pero enseguida se frenó porque no podía tomarnos declaración y al mismo tiempo rellenar el impreso en brasileiro. Vino otra poli, se preparó los papeles, y boli en ristre le hizo señas a su compa de que ya podía empezar. ¡Qué pareja! Nos entraron ganas de salir corriendo y pedir auxilio a los polis que nos habían traído. La que nos preguntaba lo único que tenía a su favor era la voluntad y el atrevimiento de hacerse entender, porque de castellano o de inglés muy poco. La que escribía lo debía hacer con buena letra ya que iba despacio y constantemente le pedía ayuda ortográfica a la que nos preguntaba. Después de una eternidad nos dimos por satisfechos con la declaración, les agradecimos la atención prestada y nos despedimos no sin antes escuchar las recomendaciones para no ser robados que nos dio el jefe de la poli. No lucir, ir atentos, buen calzado y avisar a la policía.

No te jode. El culpable soy yo por gilipollas. Si llego a pensar que podía ser asaltado no habría llevado nada de valor y sí mis cómodas sandalias para caminar por todo tipo de suelo. Aunque lo que llevaba encima de más valor estaba en la mochila: la cámara fotográfica.

Durante unos días estuve jodido porque el valor sentimental era mucho. El robo me evocó momentos muy trascendentales en mi vida, pero que había guardado bajo siete llaves para seguir viviendo. Me lo regaló mi madre por ayudarle a mi hermana en sus estudios meses después de morir mi hermano. Tengo muy claro que mi pasión por la educación arraigó entonces. En Brasil me quitaron un trozo de mi pasado.



Comentarios

Entradas populares de este blog

Ascensor Social

La casa de Tócame Roque

Txistorra al curry