La esclavitud cauchera




Manaos nació al mundo con la fiebre del caucho, allá por la vejez del siglo XIX y la infancia del XX. Pasó de ser un fuerte en 1669 a un urbe de casi dos millones y medio en la actualidad.

De su época de esplendor quedan el Teatro Amazonas, el Palacio de Gobierno, el Mercado Municipal, la Aduana y algunas casitas coloniales demacradas, desahuciadas, ignoradas por su escasa rentabilidad. De las innovaciones mundiales como el tranvía o la iluminación eléctrica ya no queda nada que evoque su existencia.

El Teatro Amazonas es majestuoso, proporcionado, muy parecido a otros muchos de Europa, aunque con la peculiaridad de estar en Manaos. Es un trocito de Europa anclado en el Amazonas. El dinero obtenido por el caucho embriagó a los potentados hasta el delirio de contratar a un arquitecto italiano que se lo materializó con lo más exquisito del mundo. Europa era lo más de lo más, los caucheros los más de los más ricos y el Teatro Amazonas es un derroche. Maderas rusas, mármoles de Carrara, muebles parisinos, cristales de Bohemia, murales y esculturas de los artistas más granados del momento, una pasada en medio de la miseria.

Las representaciones operísticas eran contempladas por señoras arropadas con abrigos de pieles y joyas propias de la realeza. A sus maridos, sus amantes les encendían los puros con billetes de cien dólares. No se escatimaba en nada. A pesar del peligro de contraer enfermedades tropicales, los mejores intérpretes y orquestas se desplazaban a Manaos atraídos por el esnobismo y los exagerados emolumentos que recibían de los caucheros. Los burdeles con prostitutas de los lugares más exóticos, las fiestas y bacanales colocaban a Manaos, París del Amazonas, al frente de las ciudades más ricas del universo.

Cuando visitamos el interior del Teatro Amazonas se me materializaban las imágenes de la novela Manaos de Vázquez Figueroa. De cada cosa que nos destacaba el guía se me amontonaban cadáveres de indígenas que murieron en las plantaciones. Cerca del teatro deberían poner un museo del exterminio de los pueblos indígenas y de sus asesinos. Aunque, en realidad, los exterminadores tienen su reconocimiento: el Teatro de la Ópera.

Me llené de tristeza. Hasta la cúpula del teatro se me volvió negra.

Comentarios

  1. Preciosa descripción Juan jo, y emotiva. Sabes transmitir lo que ves y lo que sientes y nos lo haces ver y sentir.

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