Comercio en Manaos.
La calle del hotel y las adyacentes estaban repletas de establecimientos relacionados con la música. Instrumentos de todo tipo, talleres de reparación, partituras, estudios de grabación, equipos de sonido, la leche en do mayor. Una pasada porque la competencia entre ellos era brutal. Constantemente pasaban músicos con sus instrumentos dándole al barrio un aire singular que, de no ser por la cantidad de basura que se acumulaba por la calle, podías transportarte al paraíso de la bohemia. Estos locales, relativamente grandes, confraternizaban con pequeñas tiendas dedicadas a la electrónica, informática, joyería, así como a ropa interior femenina. Pasear por la acera de las tiendas era un tanto agobiante ya que cada dos pasos te aparecían cebos que te invitaban a entrar y, si lo hacías, te encontrabas, en diez metros cuadrados,
a tres dependientes que te atropellaban con técnicas de ventas parecidas a las de chulo de discoteca. Sus sueldos, según nos comentaron, no llegaban a los cien euros mensuales, sin seguridad social y yendo a trabajar todos los días. Eso sí, a las seis de la tarde se chapa todo y las calles quedan desiertas. No hay vecinos que vayan y venga, ni bares donde pasar el rato. Para llegar al hotel pasábamos por unas cuantas calles muertas sin el menor rayo de luz proveniente de los edificios. En los pisos no vivía nadie. Las ratas salían cuando reinaba el silencio. Se las veía bien alimentadas y al menor ruido corrían entre los muchos manauenses que dormían en las aceras o al resguardo de los soportales.
Las plazas y calles cercanas al puerto están abarrotadas de puestos de venta de todo tipo de cosas que no tendrán más de un metro cuadrado (vienen a ser como una cabina telefónica, pero de madera). Son el escalón más bajo del comercio “libre”. Estos emprendedores están sometidos a otros comerciantes mayoristas que también les aprietan las tuercas con los alquileres. Comen allí mismo, de pie o sentados en una pequeña banqueta que se pasan de unos a otros. A las seis, cierran el kiosko envolviéndolo en un plástico grueso amarrado con cuerdas o cadenas candadas.
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