A Belém pastores.

Viajaba con nosotros un personaje enjuto, de piel cetrina, vestido todo de blanco, con un gorro en forma de cono trenzado con hojas verdes de palma y en la punta un pajarito del mismo material. Paseaba despacio como disfrutando de todo lo que estaba a su alcance. De vez en cuando se sentaba, abría una bolsa grande de tela y con unas tijeras, como única herramienta, confeccionaba figuritas de animales. Pájaros, peces, caballos, serpientes y lo que la gente le pedía. Lo daba todo a cambio de nada. Me senté a su lado. Mientras hablábamos materializó un pájaro con las alas desplegadas y, con unas tiras muy finas, apañó una flor para, según él, prenderla en el pelo de una dama. Me contó que era de una aldea de la selva peruana y que iba a Rio de Janeiro a presentar su saber a un tribunal de artesanos que otorgaba, con motivo de los mundiales de futbol, licencias para colocar puestos de artesanía en las calles de las ciudades sedes de los encuentros. No único que llevaba encima era un par de tijeras y un visado para dos meses, nada más. El billete, la comida y lo que fuese a necesitar lo ganaba con su trabajo artesanal o con la amabilidad de la gente que le alojaba o le llevaba de aquí para allá. No había pagado el pasaje. Todo el mundo subió al barco, menos él. Se quedó solo al pie de la pasarela. Un miembro de la tripulación le avisó al capitán. Éste bajó al muelle, hablaron y le invitó a subir. Cuando terminamos de arreglar el mundo (con su lengua cortaba más que con las tijeras) le di dos vales de comida que agradeció mucho; aunque no lo aprovecharía del todo porque la comida del barco era comercial y él era vegetariano.

Aunque dejaba claro que no era un chamán, la gente le consultaba y él se recreaba en su discurso pausado y meditabundo. Yo terminé decepcionado porque su análisis del mundo, más allá de su entorno, estaba lleno de tópicos, falsedades y eslóganes ultraconservadores. Por un caso de pederastia en un colegio de Perú sacaba la conclusión de que la escuela, en tanto y cuanto todos los profesores habían perdido el rumbo de la religión y se dedicaban a la pedofilia, era un antro de perdición y sólo enseñaban maldades. Así, como lo oyes. Cuando le dije que la iglesia católica, en muchos países, estaba siendo cuestionada por pedofilia; se puso a la defensiva argumentando que la iglesia es perseguida y acusada de todos los males y que los curas pedófilos son mandados por los ateos para destruirla. Para mi sorpresa, ratificó su teoría diciendo que eso era lo que había sucedido en el colegio que utilizó como base de su discurso. Era un colegio católico. Luego se pasó a la política poniendo a parir a todos los políticos. Todos eran malos porque no eran líderes. Gobernar es fácil porque es sólo mandar; sin embargo, liderar es dirigir, hacer que le sigan. Jesús era un líder. Lo que los países necesitan ahora son líderes que guíen al desorientado pueblo (lo del pastor y las ovejas, vamos). Franco fue el último y el único que triunfó. A Fujimori, una panda de yanquis protestante le metió en la cárcel con falsedades porque podía llegar a liderar toda América.

Era una tarde tonta tumbada en una hamaca de orilla a orilla tejida de calma amenazadora de tormenta. Una mujer que estaba cruzada en su chinchorro salió del ensimismamiento cogiendo la caja de herramientas roja y gris que ella había dejado a su alcance sobre un maletón. Con parsimonia desplegó los cajoncitos haciendo que saliera un arcoíris con aromas de alcoba. La tarde se desnudo con sedas rojas que se escurrían entre los dedos. El espejo de la tapa reflejó el paraíso. Cogió una lima, sopló sobre sus largas uñas y las fue repasando. Volvió a dejarla en su sitio, cogió un algodón rosa y con fuerza, uña a uña, las pellizcaba. Si notaba que el algodón no se deslizaba bien, volvía a repasarla con la lima. Extendió los dedos, tecleó el aire y se arañó suavemente los antebrazos. Sentada en la hamaca miraba la caja tamborileándose los labios con los dedos. Fue colocando en su regazo pinceles de distintos grosores, tarritos con esmaltes, tubos finos de purpurinas y se volvió a tumbar. A la vez que se balanceaba iba pintándose. De vez en cuando estiraba las manos para ver su obra con cierta distancia, y yo… admiraba un espectáculo de marionetas. Los dedos aparecían y desaparecían, se movían hacia la derecha, hacia la izquierda, arriba, abajo, hablaban entre ellos, se besaban y planeaban rígidos en el aire esperando que el Amazonas secase su esmalte. Cada dedo tenía personalidad propia. Las uñas eran distintas.

La tormenta lloró en la selva y un arcoíris de diez franjas revoloteó por el barco cuando ella salió de su hamaca. Al barco se acercaban viejas piraguas con niños que pedían comida.


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