Oiapoque


A eso de las siete apareció nuestro autobús. Me pareció austero a la par que noble. No era moderno, pero tampoco viejo. Un autobús de campo. Algo así como trotao por esos caminos del dios de la selva que en caso de que se le joda cualquier cosa, no tengas que preocuparte de que lo vayan a estropear más.


Cuando nos montamos hacía calor y no se me ocurrió pensar que por la noche pudiera bajar la temperatura. Si bajaba un poco tampoco me importaba porque para mis almo-ranas no había cosa mejor. Antes de que oscureciera ya habíamos dejado los pocos kilómetros de asfalto que eran parte de los más de cuatrocientos que separaban a Macapá de Oiapoque y nos pudimos percatar de lo que suponía viajar por caminos de tierra por la selva. El chofer iba a toda leche. Cuando era de día y los cristales no se habían cubierto de un polvo rojo podías apreciar lo cerca que quedaba la ventanilla de un muro verde mucho más alto que el autobús. De vez en cuando se paraba para salvar algún bache XXXL y si la cosa iba a trompicones era que todo funcionaba a las mil maravillas. A las diez llegamos a un pueblico que vive de la carretera y nos bajamos para tomar algún refrigerio, estirar las piernas, ir al escusado y coger ánimos apara afrontar el duro camino hasta Oiapoque. Yo lo intenté pero no lo logré: casi me muero de frío. Fueron diez horas polares. Caundo llegamos a nuestro destino a eso de las seis de la mañana, saqué de la mochila unas camisetas y me las fui colocando una encima de la otra hasta que ya no me entraban más. No me encontré bien hasta que el sol nos calentó a eso de las diez en Saint Georges, Guayana.

Nada más bajar del bus fuimos a sellar nuestros pasaportes en la comisaría, pero no abrían hasta las ochos. Así que a esperar desayunando en un bar que tenía el retrete en un gallinero, con vistas a un rio que vadeaban los muchachos para ir al colegio. Iban de uniforme y muy arreglados.

Con los papeles en regla fuimos caminando hasta un pequeño puerto para coger una embarcación de madera que nos llevase a Saint Georges. Entre neblina cruzamos el río Oyapock. Durante veinte minutos sólo escuchábamos el ruido del motor de nuestra barca y el romper del agua. Al pronto se nos aprecio un puente ultramoderno, de unos cuatrocientos metros. Impensable en plena selva. A mi mente vino la imagen del teatro de la ópera de Manaos. Según nos comentó un policía guayanés, Sarkozy lo iba a inaugurar en navidad. El puente es la unión entre la Unión Europea y América.

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