Macapá

Macapá es una ciudad brasileña situada en la margen izquierda del Amazonas que no está unida al resto de Brasil por carretera. Sólo se puede acceder por barco o avión. Al Este limita con el océano Atlántico y al sudeste con el Amazonas y el resto con la selva. Es decir, hay una zona desde la que puedes ver las dos masas de agua sin distinguirlas. Es una ciudad sin grandes edificios, plana y con largas distancias que se cubren fácil cogiendo las líneas de autobús.

Cogimos habitación para una noche a un buen precio y bastante céntrico aunque teníamos la sensación, por el tipo de casas muy bajas, que estábamos en un pueblo o en las afueras de la ciudad. Paseamos por el puerto que es donde late el corazón de la ciudad y por la fortaleza que está al lado. El fuerte está muy bien cuidado y tiene un gran parecido con la Ciudadela de Pamplona, con la diferencia que en Macapá, al pie de las murallas está el Atlántico o el Amazonas, vete a saber, sea el que sea es muy bravo.

Al día siguiente, nada más desayunar nos cogimos un autobús y nos fuimos a ver la línea del Ecuador. Fantástico.

El sol caía a plomo. Nos bajamos del autobús donde estimó Zarra que nos teníamos que bajar, pero hasta él estaba un tanto mosqueado porque aquello era un páramo. No había nadie y por las carreteras cercanas no circulaban coches. Al fondo había unos edificios abandonados y una larga tapia. Cruzamos el campo y descubrimos que la estructura abandona era el sambódromo. En realidad es una carretera recta y abierta por la que pueden circular los coches (por allí no pasaba ni el tato) con unas gradas de hormigón para unas veinte mil personas. Por lo visto, el páramo se convierte en aparcamiento y en recinto ferial cuando se montan las fiestas. Con la convicción de que era imposible buscar una sombra nos acercamos a una tapia para, por lo menos, consolarnos un poco e intentar buscar algún agujero por los que entrar o ver lo que había al otro lado. Al fin divisamos una puerta en la parte de la tapia que rodeaba un edificio alto con aspecto abandonado, como todo lo que allí había. Y tachán, el campo de futbol Milton Correa o estadio “Zerao”. Lo que buscábamos. Zarra es la leche. Si yo estuviese en la NASA y hubiese que mandar a alguien a la luna sin recursos tecnológicos, mandaría a Zarra. El estadio tiene la peculiaridad de que el centro del campo es la línea ecuatorial. Una portería está en el hemisferio norte y la otra en el sur. Quisimos entrar pero aparecieron unos obreros, no sé de dónde coño salieron, que no nos dejaron pasar. Aquello se puso un tanto chungo y nos largamos hacia una zona con aspecto de habitada que había como a un cuarto de hora andando. Nada de nada. O bien descansaban aquel día o habían decidido cerrar definitivamente. Era un edificio bien cuidado que básicamente era una terraza de laq que salía un monolito con un agujero en su parte superior.

Subimos a la terraza y… bingo: el monumento a la línea imaginaria llamada Ecuador. Es como un gigantesco reloj de sol que marca el equinoccio de primavera y el de otoño. La noche y el día duran lo mismo. Colocados en la línea que está marcando el Ecuador puedes ver que se prolonga por la línea del centro del campo de futbol que está al fondo. Una portería está en el hemisferio norte y la otra en el sur. Según nos contaron, en los mundiales del 2014 se piensa jugar un partido en este campo y por eso lo están adecentando.

Comimos en el puerto, tomamos agua de coco que compramos en un puesto callejero que nos supo a gloria. El del puestico cogió el machete, le dio un corte en la parte más puntiaguda, unas pajitas y a chupar. Cojonudo.

A la tarde ya estábamos en la estación para coger el autobús que nos llevaría a Oiapoque.

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