A Belém I

En la planta con aire acondicionado, como para una habitación de una cama, al fondo, estaban los servicios y el refectorio. Los váteres lucían tanta mugre gran reserva, en todo su esplendor, que mi natural estreñimiento se agravó hasta que ya en Belém me salió una almorrana que me jodió durante unos cuantos días. Me resultaba tan asqueroso que lo único que hacía era mear en suspensión después de hacer cola. Bien es verdad que el penúltimo día, Sara, harta de ponerse en las largas hileras, se bajó a la primera planta y descubrió unos baños igual de limpios que los de la segunda planta, pero libres. Nos lo comunicó con el mismo entusiasmo, supongo, con el que Rodrigo de Triana le dijo a Martín Alonso Pinzón “tierra a la vista”. En mi primera visita me encontré a Chanquete tumbado, adormilado entre unos tablones. Le saludé, pero como si nada, seguía con la mirada vigilando el infinito por si los dioses le dejaban algún culo de cerveza.

El desayuno estaba incluido en el billete y para las otras comidas había que pagar ocho reales. El menú era el que nosotros llamábamos Amazonas. Arroz, frijoles, espaguetis, tiras de carne o pescado y la siempre presente salsa oscura. Como la comida no era muy allá ni para los nativos, el del bar se ponía morao de vender sándwiches y cervezas. Nosotros, aparte de la comida del mediodía, nos alimentábamos de birras y de las bolsas de patatas que vendían en el bar-lanchonete. En el comedor había un altarcito muy rústico y colorido en el que se representaba, en figuritas, a unos pescadores auxiliados por la virgen del Carmen.

El Amazonas Star lucia un letrero enorme en el frente del barco en el que se leía: “TODO E FORCA MAS SO DEUS E PODER”. Nos temimos lo peor, otra vez con un fundamentalista, pero no, sólo era el típico letrero religioso que lucen camiones, barcos, coches, motos y hasta bicis. En el refectorio, y en distintas paredes, había placas gravadas con frases de la biblia. “El Señor es mi pastor, nada me puede faltar” estaba a la entrada del dormitorio hamaquero. Cuando lo vi no imaginé que iba a ser tan literal. No creí que iba a viajar como oveja en corral. Esto de la religión en Brasil es la leche. En Manaos visitamos el jardín botánico. Bueno, jardín, jardín. Dejémoslo en parque verde. Para llegar cogimos un autobús de línea que nos alegró el día. Era una tartana muy colorida que serpenteaba, subía y bajaba por las favelas, pasaba arañando los balcones, espantaba perros… una pasada. El de vuelta fue un desastre porque cambiamos de línea y de recorrido. Era por el cinturón de Manaos y no tenía gracia. Para cogerlo tuvimos que rodear todo el parque bajo un sol de la leche, pasar por unos arrabales desolados, cruzar la autovía corriendo hasta llegar a una parada de autobús. Para colmo se jodió el bus nada más montarnos y tuvimos que esperar un buen rato achicharrándonos bajo las sombras de unas farolas hasta que apareció el recambio. Bueno, vamos a lo del parque botánico. En pleno parque hay un centro de investigación con sus científicos en bata blanca, sus laboratorios y todo eso. Justo al lado hay un espacio en el que se representa una cueva en la que en 1996 se le apareció la Inmaculada Concepción a un fulano. Para que luego digan que la ciencia y la fe no son compatibles. Brasil es un plato combinado, una mistura, de religión con música, bailes y futbol.

Afortunadamente el patrón era muy religioso, pero no hasta el extremo del anterior. Aquí la música te machacaba, el alcohol circulaba con alegría y las timbas de cartas estaban a la orden del día. Cuando se montó la primera partida apareció, no lo habíamos visto, el tahúr del Amazonas. Un tipo muy curioso que viajó con nosotros de Leticia a Manaos dándole a los naipes y al cortejo femenino. Que jodido, aquí parecía otro. Estaba más suelto. Cuando me vio me saludo e intercambiamos cuatro palabras por mi parte y cuatro gestos por la suya. Recordando a Harpo, el de los Hermanos Marx, traduje algo así como “esto es el paraíso. Hay buenas mujeres y mucho juego de cartas”.

Y cierto. Con su gracia y buen juego conquistó a una brasileña gordita que colocó su chichorro cerca de la zona en la que ponían las mesas, para jugarse la pasta, una cuadrilla de animados brasileños. Según pegaba el sol se iban moviendo por cubierta con las sillas y las mesas de plástico arrastras, aunque siempre alrededor del bar. Para jugar a cartas, ante todo comodidad, se quitaban la camiseta y se rascaban la tripa como los españoles que veranean en las playas de España. Aunque el Tahúr, tuve la impresión de que se escondía de su ligue y de que se abandonó en su aspecto. Sí, antes se ponía camisetas, se embadurnaba de colonia y se repeinaba mucho. No sé si el amorío pasó de la segunda noche, porque me lo encontré muy triste echándose un cigarro apoyado en una barandilla y mirándole por el rabillo del ojo a la brasileña que se balanceaba en el chichorro.

-¬E una muller mu triste. No quiere que yo sea feliz. Pone ahí para vigilarme tooudo el día –me dijo con desánimo.

Antes de comer le vi de rodillas ante el chinchorro de la brasileña entregándole un osito de peluche que le había comprado a una de esas vendedoras que suben a los barcos cuando atracan.

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