Guayana francesa


La barca con la que cruzamos el Oyapock nos dejó al pie de la gendarmería de Saint Georges. Un sargento nos oyó hablar y nos dijo en un castellano afrancesado, como de Hendaya: Tranquilós están en la Francia y no es necesario sellar pasaporte. Alé, alé.


Cogimos un taxi camioneta que compartimos con una chavala muy guapa que iba con su hijo. El chofer hablaba castellano, brasileño y francés. Dani, que iba de copiloto, muy en su línea, no paraba de hablar. Le comenta al chofer: nosotros somos vascos. Del norte de España. Bueno, europeos. ¡Ah! Ya. Igual que yo, le dice el chofer. ¿Y de dónde? De Cayenne. Se nos vuelve Dani, todo asombrao y nos dice: tiene razón. Esto es tan Europa como Canarias. Y dirigiéndose al chofer: barkatu.

Nos hospedamos en un hotel decente que lo regentaban unos chinos, vietnamitas o lo que fuese. Eran orientales de Cayenne, que mira por donde está lleno. El caso es que al otro día nos largamos porque nos cobraron el desayuno, el aire acondicionado no chutaba y cuando fuimos a hablar con ellos, va y resulta que se les había olvidado el castellano que sabían el día anterior. Les pagamos las habitaciones y nos largamos a otro más céntrico, un poco más barato, sin aire acondicionado, pero muy asilvestrado. Más del tipo de hoteles o pensiones que solemos utilizar. No había recepción. Los dueños vivían en el mismo portal y todo era un laberinto de habitaciones. En un patio interior, con un hermoso árbol que lo ocupaba casi todo, había un taller y lavadero de coches de alquiler. La casa era casi toda de madera. La falta de aire acondicionado la suplíamos abriendo las ventanas de par en par y sujetando la mosquitera en la barra de las cortinas. Quedaba bien y se aguantaba. Yo seguía sufriendo con mis almorranas, pero se iba notando la mejoría.


Cayenne es una ciudad de casas bajas de maderas, pintadas de colores con un fuerte aire colonial francés. Me resultó muy acogedora a la vez que familiar. Nosotros paseábamos por todos las calles como si tal cosa hasta que nos avisaron de que había una zona poco recomendable los fines de semana ya que había muchas peleas. Ese mismo fin de semana, que coincidía con la fiestas de la ciudad, en un tiroteo murieron dos personas, pero no fue en la zona que supuestamente era peligrosa, sino en una muy cercana y en la que había un restaurante muy del agrado de Dani.

En Guayana hay un batiburrillo de culturas que hace de sus gentes un mestizaje precioso. Había una camarera en un restaurante vietnamita que era igual que esas figuras de ébano que venden en los mercadillos. Estilizada, de tez morena, cuello largo, nariz fina, labios carnosos pero my perfilados y uno ojos azules rasgados que hechizaban. Cerca, en el mercado, unas señoras mayores, muy negras, bailaban con una gracia casi juvenil. En una ocasión, Dani me pidió ayuda para que le fotografiase al lado de una moza verdaderamente llamativa. Era de tez un poco aceitunada, cabello rubio rizado y unas curvas firmes. Sara, al verla, llegó a la conclusión de que podía ser corredora de medio fondo. Según conclusión general, en Guayana hay auténticos tipazos, tanto de tíos como de tías.

Alquilamos un coche para tres días y el primero nos fuimos a Cacao. Es un pueblo laosiano que está en un alto en plena selva. Según dicen, los franceses, cuando abandonaron la Conchinchina, trajeron pueblos enteros de franceses laosianos o vietnamitas a Francia, pero la mayoría se situaron en los departamentos de ultramar y en concreto en Guayana. Los tipos hablan francés y mantienen su idioma y costumbres.

Pensamos en visitar la base de lanzamientos de satélites, pero nos dijeron que no era nada del otro mundo a no ser que hubiese algún lanzamiento. Además, como es zona de alta seguridad, hay que hacer papeleo y eso también nos desanimó. Así que le dijimos al dueño de la pensión que nos descontase la siguiente noche que nos íbamos por ahí, por la zona de Saint Laurent de Maroni. Según el cuentakilómetros del coche, le hicimos trescientos cincuenta kilómetros.

Por la única carretera maja de Guayana, que corre paralela a la costa, nos plantamos en Maroni. Aparcamos cerca del puerto y nos dedicamos a pasear por el penal al que llevaban a los presos franceses. Recreamos la novela y película de Papillón y tuvimos nuestros más y nuestros menos sobre la ficción y la realidad de la historia. El penal y las islas de la salud existían y la fundación de Maroni y sus alrededores, incluido Suriname que está al otro lado del rio Maroni, van unida a la prisión. Eso estaba claro, pero la historia de Papillon era otra historia.

Me impresionó mucho el recinto, las celdas, los patios donde ejecutaban a los que intentaban escapar, el silencio, el calor y la humedad. El sufrimiento de los presos que cayeron víctimas de la malaria o de los trabajos forzados se dejaban sentir por todo el pueblo.

Comimos en Saint Laurent, en unas barracas de ferias y pudimos contemplar la variedad y misturas de las distintas gentes que habitan la región. Asiaticos, africanos, amerindios, hindúes, europeos, brasileños… Una gozada.

Para dormir nos fuimos a Kourou. Se puede decir que es una ciudad que vive de la base de lanzamientos, por lo que la mayoría de la gente es blanca y poco arraigada en el lugar. Ingenieros y militares son las profesiones que abundan en Kourou.

Al día siguiente cogimos un catamarán para que nos llevase a las islas de la Salud (Royal, del Diablo y San José). Son islas muy pequeñas que se recorren en un santiamén.

Tras una hora de viaje llegamos a San José y dispusimos de dos horas para visitarla. El paseo fue siempre a la sombra y con los oídos puestos en alerta máxima. Nada más comenzar el paseo oímos un chasquido y al instante cayó un coco al borde del camino. A partir de entonces los tramos en los que había cocoteros los cruzábamos a toda leche. En San José está el cementerio de los policías y autoridades que custodiaban las islas, más una serie de edificios en ruinas.

A la isla del diablo no pudimos ir porque estaban haciendo arreglos en el muelle y nos llevaron a la isla Royal. Al pasar por delante de la isla del Diablo le comenté a Dani que el relato de Papillon tenía algunas lagunas que no se correspondían con la realidad. La isla del diablo no tiene acantilados, es bastante plana, y es imposible el plan de fuga tirándose al saco de cocoteros. No me hizo mucho caso y seguimos nuestro recorrido por la isla Royal. Es una isla mucho más grande y es donde están los penales colectivos, hospitales, iglesia y los distintos talleres. En uno de los edificios hay una casa museo donde se da a conocer la historia de las islas y las de sus habitantes.


Aquí ya no me aguanté y le pregunté a un señor uniformado que vigilaba el museo que por qué no había nada sobre Papillon o sobre la novela. Se sonrió y me contestó: es una novela, es ficción. Ya, pero habla y refleja, más o menos fiel, la realidad que nosotros estamos viendo aquí. Papillon nunca estuvo en estas islas. No hay ningún registro de él. Los únicos personajes importantes que estuvieron presos en estas islas fueron Alfred Dreyfus, el anarquista Clément Duval y el autor de la novela La Guillotina Seca, René Belbenoit (obra en la que se basó Henri Charriere para escribir Papillón). Le comenté a Dani que Papillon no pasó por allí y casi me taladra con su mirada. Me da igual. Papillon, para mí, estuvo aquí –me dijo con autoridad.

La vuelta a Kourou fue un calvario. Estaba mareao perdido, mis tripas pedían ayuda y me salió un sarpullido que no me dejaba en paz. Nada más llegar a tierra y antes de coger el coche me escondí entre unas rocas y mirando a las Islas de la Salvación me alivié un poco. Casi me desmayo.



Al día siguiente cogimos el avión para París y de allí a Bilbao y a casa. Cuando presentamos nuestra documentación en el aeropuerto de Cayenne, la muchacha que nos atendía llamó a un empleado mayor porque alguna cosa no le cuadraba. El hombre ojeó los pasaportes y por pura curiosidad nos preguntó de qué parte de España éramos. Le comentamos que del norte, de Hondarribia, de Pamplona. El tío se alegró y medio en euskera y castellano nos deseó buen viaje. Era de Hendaya.

Comentarios

Entradas populares de este blog

Ascensor Social

La casa de Tócame Roque

Txistorra al curry