Ya he dado el portazo a la locura navideña que genera cuentos y leyendas al cual más disparatado para alcanzar una simulación en diferido de la felicidad. Mis vecinos suelen adornar la puerta de su piso con tanto verde que al salir del ascensor te encuentras ante la madriguera del conejo blanco de Alicia en el país de las maravillas. Aunque mi puerta está igual todo el año, el despiporre navideño y sus distintas muestras, como las de mis vecinos, me gustan mucho. La seriedad no la veo por ningún lado y siempre me he tomado este trozo de calendario como la culminación del sinsentido. Es alegría a tope por el nacimiento de Jesús, por los juguetes que traen los personajes más singulares, por el amor, la paz, la lotería... y cena, comida, inocentadas, cena, comida, cena, regalos, cena, comida y bebidas espirituosas sin fin. Estas fiestas son más necesarias que el futbol. Aunque la resaca que le sigue suele ser dura, no importa, el valle de lágrimas es largo y hay tiempo suficiente pa...